martes, 31 de marzo de 2020


LOS CAPELLANES  CUSTODIOS  DE  LA ERMITA DE NTRA. SRA. DE LAS NIEVES EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVIII.
                   
            Publicado en la revista Amanecer nº XVIII (Hondón de las Nieves), 2015-16

         Las escuetas noticias recopiladas en el libro de actas capitulares Má de Consells de la vila i baronia d´Asp (1659-1679) indican que el Ayuntamiento de Aspe fue el responsable del mantenimiento de la ermita de Hondón de las Nieves durante el siglo XVII, y que abonaba un estipendio al religioso o seglar que cuidaba del oratorio. En torno a 1683-85 se acometió una importante obra de remodelación en la ermita, paralela a la revitalización del culto a Ntra. Sra. de las Nieves, que había decaído durante buena parte del siglo XVII en beneficio de Ntra. Sra. del Orito del Fondó. 
            Los duques de Maqueda-Arcos, propietarios de la villa de Aspe, en cuyo término se integraban los parajes de los Hondones de la Ermita y de la Balsa, percibían íntegramente el diezmo de cosechas y ganados, incluido el tercio del diezmo que correspondía a la iglesia. Esta concesión fue otorgada por el rey Alfonso V a Ximén Pérez de Corella en 1449, y ratificada en 1451por el pontífice Nicolás V, emitiendo una bula papal, recompensando los servicios prestados a la Santa Sede. Como contrapartida, el Conde de Cocentaina contrajo la obligación de dotar de los ornamentos y alhajas necesarias para el oficio del culto, abonar el sueldo de los religiosos, entregar una cantidad para el mantenimiento de la fábrica de las iglesias, y en caso necesario edificar un nuevo templo. Los Duques de Maqueda-Arcos debieron asumir sus obligaciones de sustentar el culto en la ermita de Hondón de las Nieves, tras la reforma del oratorio en 1685, nombrando a los capellanes que custodiaban el santuario y abonándoles un estipendio.

Tras fallecer el duque Joaquín de Guadalupe Ponce en 1729, la duquesa viuda Ana María Spinola, regía el ducado como tutora de su hijo primogénito Joaquín Cayetano. El 17 de febrero de 1731 emitió un decreto en el que designaba capellán de la ermita de Nuestra Señora de las Nieves al padre fray Teodoro Rico. El nombramiento se produjo tras la defunción del padre Gabriel Rico, religioso que había administrado el culto en la ermita desde el 4 de diciembre de 1728 hasta su óbito el 27 de enero de 1731:
Hallándome informada de la virtud y buenas partes que concurren en el padre fray Teodoro Rico, y que cuidará con el mayor celo de aquel santuario, como madre, tutora y gobernadora de la persona, bienes y estados del Excmo. Sr. don Joaquín Ponce de León Spinola de la Cerda, duque de Arcos y de Maqueda, mi hijo primogénito, y del dicho Excmo. Sr. duque mi marido (que haya gloria), le elijo y nombro en el referido encargo de capellán de la referida ermita, para que lo sea en la conformidad que lo practicaba el dicho fray Gabriel Rico, y demás sus antecesores. Y mando se le entreguen todas las alhajas y ornamentos de dicha ermita, y demás perteneciente a ella por inventario jurídicamente y que se le acuda, con lo que por razón de dicho encargo de tal capellán debiere gozar…[1]
Estando vacante el cargo de capellán, los miembros de la Sitiada Patrimonial del Marquesado de Elche ordenaron la entrega de las llaves del santuario a fray Teodoro Rico, para que una vez confirmado por la Duquesa, proporcionase asistencia religiosa a la ermita y su feligresía, prosiguiendo la labor de engrandecer el culto a la Virgen de las Nieves. En una carta dirigida a la Duquesa[2], el padre Teodoro relata el antiguo servicio prestado en el oratorio de Ntra. Sra. de las Nieves durante 14 años. La misiva rememora la pretérita designación que el difunto duque de Arcos Joaquín de Guadalupe le consignó en torno a 1714, por la que percibía una asignación anual de 120 reales, y asumía la obligación de oficiar misa en los días de fiesta. La retribución fue incrementada por la Casa Señorial en 1717 obteniendo 1 real y ½ por la misa diaria que celebrase, con la obligación de oficiar 3 misas a la semana por la memoria e intención de los Duques de Arcos.
Durante su primera etapa en el oratorio de Hondón, el padre Teodoro procuró embellecer la ermita. En estos años se decoraron algunas capillas con las espléndidas pinturas murales. Asimismo se esforzó por afianzar las creencias cristianas entre los feligreses de los Hondones, -y que a su juicio-, habrían permanecido indiferentes y mal instruidos en la fe, ante la falta de un pastor que les asistiese en la doctrina católica. El fraile expresaba en su carta:
“… me mantuve  en ella catorce años en los que procuré adelantarla en ornamentos que compite en los aseos con la más rica iglesia. Y en la veneración, con el más recoleto santuario haciendo inmensos los concursos en votos por los Beneficios de la liberal mano de esta gran Reina [Virgen de las Nieves]. Vivió este tiempo ocupado en instruir en la doctrina Cristiana a las muchas gentes que viven en aquellos Cortijos, que faltos de quien les dirigiera no hubiera en ellos de cristianos sino el nombre, y exhortándoles a la penitencia, se hacía el que menos ejemplar en frecuentar sacramentos…[3]
            El padre Teodoro decidió abandonar el oratorio y regresar a su retiro conventual en 1728, sustituyéndole como custodio de la ermita su sobrino fray Gabriel Rico, en quién depositaba su plena confianza. Fray Gabriel tan sólo permaneció tres años rigiendo el santuario de Hondón. Falleció prematuramente el 27 de enero de 1731, siendo asistido en sus postreros días por su tío Teodoro. El padre Gabriel fue persona piadosa y atenta a los cuidados de la Virgen de las Nieves, recibiendo en su funeral el reconocimiento de los sacerdotes de la parroquia de Aspe:
“En 27 murió el Reverendo Padre fr. Gabriel Rico religioso de San Francisco  de Paula, Capellán de la ermita de Nra. Sra. de las Nieves, término de esta Villa y habiendo recibido los Santos  Sacramentos se hizo entierro General sin pago, en atención al buen ejemplo que dio y asistencia a Nuestra Señora[4].”
A fines de 1732 fray Teodoro Rico decidió renunciar nuevamente a su cargo de capellán  en el santuario de Hondón de las Nieves para retornar a su convento. El 20 de diciembre de 1732 la duquesa Ana María designó como capellán de la ermita de Ntra. Sra. de las Nieves al licenciado Joseph Fuentes, vecino de Aspe. La Junta y Sitiada Patrimonial ilicitana expidió una misiva a Francisco Areco, baile de la villa de Aspe, notificándole el nombramiento de Joseph Fuentes y ordenando se le hiciera entrega de los ornamentos y alhajas del oratorio de Hondón mediante la redacción de un inventario, teniendo en consideración el último listado realizado tras el retorno del padre Teodoro[5]. El 7 de enero de 1733 la Sitiada remitió una carta de reconocimiento a fray Teodoro expresando:
“Muy Señor Mío, mi Señora Dios la guarde, ha condescendido a la petición que le hizo vuestra reverencia de querer retirarse a su religión nombrando en lugar de vuestra reverencia, para capellán de esa ermita a el señor licenciado Joseph Fuentes que pasa a ejercitar su ministerio y entregarse de los ornamentos y alhajas de Nuestra Señora y la ermita, lo que participamos a vuestra reverencia, dándole muchas gracias por su celo y aplicación con que ha cuidado del obsequio de la Virgen, aumento de la ermita y beneficio espiritual de los vecinos de su cercanía y asegurando vuestra reverencia nuestro seguro afecto en todo tiempo, deseamos ocasiones de complacerle y que nuestro Señor le guarde a vuestra reverencia muchos años como puede[6].”
Se asignó al nuevo capellán Fuentes un salario de 3 sueldos diarios y la dotación anual de aceite que donaba la Casa Señorial para la lámpara de la ermita.
Unos años después el capellán custodio de la ermita era mosén Juan Cerdán. En 1740 Francisco Tortosa e Isabel Ana Cerdá, propietarios de tierras de cultivo en los Hondones, interpusieron una demanda contra el Ayuntamiento de Aspe pretendiendo demostrar que residían eventualmente en la pedanía de Hondón de las Nieves, y que eran vecinos permanentes de Monóvar. Entre las pruebas alegadas por el Consistorio aspense para demostrar su vecindad en los Hondones, se aportó un memorial remitido por Francisco Tortosa, Isabel Ana Cerdá, Damián Vicedo y Diego Prieto, dirigido a los capitulares aspenses y signado el 15 de mayo de 1740, que en calidad de vecinos en el Hondón de Ntra. Sra. de las Nieves, solicitaban que se ampliase el servicio de misas los domingos y festivos en el oratorio de Hondón, pues por las obligaciones que imponían las tareas agrícolas, algunos habitantes de los Hondones quedaban sin la debida asistencia religiosa:
 Que hallándonos asistidos a toda satisfacción del nuevo capellán de la ermita mosén Juan Cerdán de Beneit, tanto en lo espiritual como en lo temporal, se experimenta que en tiempo de sementera y otras labores que precisan decir la misa antes del día, como en las demás fiestas del año, faltan precisamente a ella muchos que tienen sus casas y labranzas algo distantes, y aunque venga alguno a tiempo, es preciso que quede otro a guardarla cuidando de sus averías, que regularmente quedan sin misa, que dicho inconveniente se evitará suplicando Vuestras Señorías al Sr. Obispo conceda a dicho capellán u a otro en su defecto la facultad de decir dos misas todos los domingos y fiesta del año...[7]
El historiador Montesinos recopila el acta de fundación de la parroquia de Hondón de las Nieves acaecida en 1746. En la visita practicada por el obispo de Orihuela, Juan Elías Gómez de Terán, el 9 de octubre de 1746 a la ermita de Hondón, el mitrado constató que la feligresía de los Hondones había aumentado considerablemente, alcanzando las 112 casas de vecinos, -originarios en su mayoría de Monóvar-, y que los servicios religiosos que prestaba la rectoría de Aspe resultaban insuficientes para cubrir las necesidades de la vecindad, estando los feligreses expuestos a fallecer sin que hubieran recibido los Santos Sacramentos. Por tanto, el prelado Gómez de Terán emitió un decreto fechado el 29 de octubre de 1746 fundando la parroquia de Ntra. Sra. de las Nieves en los Hondones, segregándola de la jurisdicción eclesiástica de la parroquia de Aspe, y ordenando que se colocara el Santísimo Sacramento, la pila bautismal, los vasos sagrados y demás insignias propias de una parroquia[8].

            Tras instituirse la parroquia de Ntra. Sra. de las Nieves, el rector fue designado por el obispo oriolano mediante oposición y su sueldo sería remunerado por  el erario de los duques de Arcos-Maqueda, perceptores íntegros de los diezmos. El primer párroco hondonense fue el licenciado Francisco Tachón, natural de Aspe, al que el prelado oriolano asignó una retribución anual de 1.200 reales de vellón. El párroco contaba con la asistencia de un sacristán que percibía un salario de 375 reales anuales, y el santuario obtenía una dotación económica anual de 300 reales de vellón para el mantenimiento de la fábrica del templo, cuyos desembolsos corrían por cuenta de la Casa Señorial[9].
            El 24 de octubre de 1769, el obispo de Orihuela José Tormo y el duque de Arcos Antonio Ponce signaron una concordia. Este acuerdo estipulaba nuevas dotaciones económicas para los rectores de las parroquias, las fábricas de los templos y demás personal asistente en las  iglesias de San Juan de Elche, Crevillente, Santa Pola, Ntra. Sra. del Socorro de Aspe, y Ntra. Sra. de las Nieves de los Hondones. El convenio suscitó algunas dudas sobre el modo en que debía asignarse el 4% de los diezmos del obispado, destinados a  sufragar el seminario de Orihuela y tuvo que ser ratificado por cédulas reales, la última signada el 31 de octubre de 1771 en Aranjuez. Por lo que respecta a la parroquia de Hondón de las Nieves,  la concordia determinaba un aumento en la retribución del rector parroquial, que se incrementaba desde los 100 pesos a 150 pesos -2.250 reales vellón-, una asignación para el sacristán de 35 pesos -525 reales de vellón-, y a la fábrica del templo se le otorgaron 50 pesos -750 reales de vellón- [10].
            Tras surgir discrepancias entre los párrocos de Hondón de las Nieves y Aspe por el traslado y estancia de la Virgen de las Nieves a la parroquial de Aspe, los rectores y el Cabildo de Aspe signaron los primeros acuerdos o concordatos fechados en 1769 y 1776, abriéndose una nueva etapa que reglamentaba la traslación y permanencia de la venerada patrona entre sendas parroquias.

                                                                                             
                                                                                         Gonzalo Martínez Español

NOTAS



[1] Archivo Municipal de Elche. Legajo H 103 nº 17. Nombramiento del religioso Fr. Teodoro Rico como capellán de la ermita de la Virgen de las Nieves. Madrid, 17 de febrero de 1731.
[2] Archivo Histórico Nacional. Diversos. Colecciones 173, nº 1. Representación a su Excelencia que Dios guarde del padre Fr. Teodoro Rico [1731]. No se consigna la fecha pero datamos el documento en 1731 por ser inmediato a la designación de la duquesa, en cuya petición el fraile solicita una retribución diaria de 3 reales vellón.
[3] Ídem.
[4] MARTÍNEZ CERDÁN, C., MARTÍNEZ ESPAÑOL, G., SALA TRIGUEROS, F.P., 2005: Devociones Religiosas y Lugares de Culto en Aspe en la  Época Moderna  (Siglos XVII y XVIII)  p. 28. Ayuntamiento, Aspe.
[5] Archivo Municipal de Elche. Legajo 127 A 2. Copiador de correspondencia de la Sitiada Patrimonial del Marquesado de Elche, 1733. Carta de la Sitiada al baile de Aspe Francisco Areco, 7 de enero de 1733, fol. 12.
[6] Ídem fol. 14.
[7] Archivo del  Reino de Valencia. Bailía. Procesos ante el Intendente, documento nº 1387, fol. 120.
[8] MONTESINOS PÉREZ, Joseph: Compendio Histórico Oriolano. Tomo XVII, c. 26.
[9] Archivo Municipal de Elche. Legajo 53 A, nº 11, Reglamento de los sueldos, limosnas y mercedes  anuales que se pagan en Aspe, 1751. Una retribución similar aparece en el Legajo 127 A nº 5, Relación de los sueldos, limosnas y mercedes que se pagan en Aspe, 1760.
[10] Archivo Municipal de Elche. Legajo H 47, nº 43. Concordato entre el obispo de Orihuela y el Duque de Arcos con aprobación de su Majestad. Madrid, 12 de mayo de 1773.


UNA   VIDA A LA FUGA. El PELLICOCO
                                                                             

                                                      Publicado en la revista La Posada nº 1, 2014

Tomás Cerdán Alenda, alias el Pellicoco, es sin duda el malhechor más notorio surgido en Aspe. Sus sorprendentes y truculentas hazañas escapando de policías y presidios,  fueron comidilla en el pueblo mitificando la figura de un audaz delincuente. Tomás nació en Aspe el 7 de octubre de 1891, hijo de Tomás y Rafaela, una modesta familia de jornaleros[1]. Trabajó como dependiente desde los 15 a los 19 años en la ferretería Mora de Alicante perpetrando un desfalco. Fue despedido precipitándose en la senda del delito, consumando robos en tierras valencianas y catalanas.
En 1915 se hallaba recluido en la prisión de Granollers por cometer varios delitos, el 26 de septiembre logró escapar de la cárcel permaneciendo escondido en Cataluña. Los mozos de escuadra le identificaron en Mollet utilizando el pseudónimo de Antonio Pastor Alenda, procedieron a su detención el 6 de marzo de 1916,  pero escapó hiriendo de bala a uno de los policías. Mudó su paradero hacia Alicante, siendo localizado el 22 de abril de 1916 en la cafetería Iborra, emplazada en la Rambla. Dos agentes de servicio intentaron detenerle, el Pellicoco disparó su pistola, una bala atravesó el sombrero del agente Tendero  y en un forcejeo con el policía Luís Pérez, le hirió mortalmente de un disparo en el vientre -falleciendo al día siguiente-, resultando apresado Tomás.
El Pellicoco estuvo recluido en la cárcel con excepcionales medidas de vigilancia, inmovilizado con una cadena al suelo de la celda, Transcurridos siete meses, el sumario estaba concluido para comenzar el juicio. Tomás Cerdán poseía antecedentes penales por tres delitos de robo y uno de  hurto, carecía de bienes y no se le conocía oficio en los últimos cuatro años. La fiscalía le acusaba de tentativa de asesinato en grado de frustración y  de atentado a agente de la autoridad con resultado de homicidio consumado[2]. La vista comenzó el 2 de noviembre de 1916 en la Audiencia de Alicante siendo juzgado por un jurado popular. Durante el interrogatorio alegó que su actividad era la venta de pieles introducidas de contrabando y que frecuentaba casas de juego. Respecto a los incidentes de la cafetería, el reo los atribuía a una brega fortuita con los policías. El jurado dictó veredicto de culpabilidad por intento de homicidio, más homicidio consumado sin alevosía, la Sala le condenó a 32 años de cárcel e indemnizar a la familia del policía con 15.000 pesetas. Tomás rechazó la sentencia airado y pidió a su defensor que presentara recurso de casación[3].
El juicio había concluido a última hora de la tarde. Dispuesto Tomás a subir en un carruaje a la puerta de la Audiencia, se le acercó una joven francesa intercambiando breves palabras y enviándole besos mientras el vehículo partía hacia la cárcel. Había anochecido, el recluso iba custodiado por una pareja de la Benemérita, deteniéndose el carricoche a la puerta del presidio de Benalúa, por carecer de permiso para acceder al interior. El joven conductor abrió la portezuela descendiendo los guardias, el Pellicoco bajó esposado tropezando su cabeza con el marco de la puerta y desplazándose su sobrero hacia atrás. Pidió al muchacho que le calara el sobrero interponiéndose entre los guardias, momento que aprovechó para empujar a uno de los agentes, exclamando: ¡Buenas noches y un tiro¡ Tomás emprendió una vertiginosa carrera amparándose en las sombras de las tapias. Los guardias abrieron fuego, el fugitivo tropezó y cayó, levantándose con enorme agilidad, desapareciendo por un barranco[4].

Difundida la noticia, fuerzas de la guardia civil de infantería y caballería emprendieron batidas con infructuosos resultados, el padre del Pellicoco fue detenido y liberado en la tarde del día siguiente. Corrieron numerosas conjeturas sobre su paradero, confirmándose que había sido tiroteado en Torrellano por la benemérita, pero permanecía huido. La desdichada pareja de la guardia civil que custodió al fugitivo fue procesada en consejo de guerra y condenada a reclusión en la prisión de Mahón.
Tomás era hombre de mediana estatura (1,67 m.), delgado pero de atlética constitución y formidable agilidad, ojos vivos negros, rostro rasurado. Persona inteligente y astuta, poseía un gran temple y enorme seguridad en sí mismo. La jefatura de Alicante difundió su fotografía a numerosas comisarías españolas. El Pellicoco se había ocultado en Barcelona, vestía con porte elegante y ademanes de persona culta que hablaba francés e  inglés, su aplomo y osadía le hizo compartir tertulia con unos policías tomando café todas las tardes en la Rambla. Las pesquisas policiales lograron identificarle para sorpresa de los agentes contertulios, fue detenido en el Café Español el 14 de junio de 1920 en una vertiginosa acción policial, sin darle opción a usar su arma[5]. Atado con grilletes en manos y pies, y custodiado por dos parejas de guardiaciviles, fue conducido a pie desde la jefatura de policía a la cárcel. Recorriendo la calle Vilamarí,  a la altura de un puente elevado sobre la vía del ferrocarril, Tomás se zafó de los guardias saltando con arrojo a la vía, esfumándose bajo el fuego de la guardia civil sin dejar rastro[6].
El 5 de octubre de 1920 los rotativos anunciaban que Tomás había sido interceptado por la policía en Barcelona, entre las estaciones de Calaf y San Guim a bordo de un tren que se dirigía a Francia, fue arrestado e ingresó en la prisión de Lérida. De nuevo, volvió a fugarse de la prisión aunque desconocemos los pormenores y fechas en que consumó la evasión[7].
                Las narraciones orales de nuestros mayores rememoran algunas peripecias del Pellicoco en Aspe esquivando a sus perseguidores. Siendo muchacho le detuvo la guardia de la huerta en posesión de unos membrillos; interrogado acerca de cómo los había obtenido, indicó que los encontró flotando en el agua de la acequia. La guardia civil acudía al domicilio paterno situado en la calle de la Cruz nº 56, alertada de la presencia de Tomás por los vecinos. En una ocasión cuando la benemérita llamó al portón, le indicó a su padre que dejara la puerta del corral abierta, y a su madre que se sentara en una mecedora, Tomás se escondió debajo de las amplias faldas de su madre, la guardia civil rebuscó por la casa y se marchó por el corral hacia la calle para perseguirle. En otra irrupción de la autoridad en la vivienda, el Pellicoco se ocultó envuelto en la típica manta que antaño pendía de un travesaño en el zaguán de la casa, huyendo rápidamente por la calle. De igual modo acudió al entierro de su madre disfrazado con un hábito de fraile que luego fue abandonado en la calle.
En su última etapa se guareció en Francia. Tomás Cerdán cayó abatido por los disparos de la policía  francesa a principios de junio de 1925. Su temeraria vida, prototipo de personaje cinematográfico, concluyó en la calles de París a los 34 años, tras intentar asaltar un banco en compañía de otros delincuentes y ser repelido por los gendarmes[8].

 Gonzalo Martínez Español.





[1] Archivo Parroquial de Aspe. Libro de nacimientos 1891-1894.
[2] Archivo Virtual de Prensa Histórica. Diario de Alicante, 31 de octubre de 1916.
[3] AVPH. Diario de Alicante, 2 de noviembre de 1916.
[4] AVPH. Diario de Alicante, 3 de noviembre de 1916.
[5] AVPH. El Luchador, 14 de junio de 1920.
[6] AVPH. El luchador, 15 de junio de 1920.
[7] AVPH. El luchador, 5 de octubre de 1920. ABC, 6 de octubre de 1920.
[8] AVPH. ABC, La Correspondencia de España, La Libertad, 11 de junio de 1925.  Diario de Alicante, El Luchador, 12 de junio de 1925.

lunes, 30 de marzo de 2020


EL ORIGEN DEL MONTE DE LA SANTA CRUZ  EN  ASPE Y LA NUEVA UBICACIÓN DEL CALVARIO EN 1884.


                                     Publicado en la revista El Monte nº 14, 2014

Uno de los lugares  más populares de nuestra localidad, y que concita una profunda e intensa devoción religiosa entre los vecinos de Aspe es el paraje de la Santa Cruz, espacio religioso que adquiere un redoblado protagonismo en el periodo cuaresmal de cada año.
         El monte de la Santa Cruz de Aspe remonta su origen al año 1884. Un grupo de frailes capuchinos procedentes de Orihuela, comenzaron a predicar unas misiones el 27 de febrero del mismo año. Los franciscanos habían adquirido la costumbre  de erigir una cruz de madera en las poblaciones donde desarrollaban su ferviente labor pastoral. Habiendo transcurrido varios días desde el inicio de la prédica, la feligresía comenzó a realizar los preparativos para la colocación de una cruz en algún significado paraje de Aspe. El presbítero Francisco Sánchez Almodóvar aportó desinteresadamente dos grandes pinos para fabricar la Cruz, procedentes de su finca de Vista Alegre. Un carpintero comenzó a preparar los maderos y un cantero a tallar los sillares que habrían de servir como base del pedestal. El lugar elegido para la colocación de la Cruz fue la sierra denominada Rueda del Moro, cuya propiedad detentaba el Ayuntamiento de Aspe.

El párroco formuló una instancia al Consistorio aspense, fechada el 12 de marzo, en la que solicitaba el pertinente permiso para instalar el crucifijo. A la vez,  el sacerdote invitaba a la Municipalidad al objeto de que participase en la procesión que se iba a celebrar el domingo 16 de marzo, y que  partiría desde la Iglesia parroquial portando la cruz de madera, con acompañamiento del clero, la vecindad y una banda de música. El Ayuntamiento aunque encontraba muy loable la iniciativa, objetó que  no era factible disponer del terreno sin instruir el oportuno expediente administrativo, sobre el que debía recaer la aquiescencia de la autoridad superior[1]. El alcalde Antonio Mira-Percebal sometió la pretensión de los padres capuchinos al veredicto de los concejales, y tras efectuar una votación, la mayoría de concejales se opuso a dicha petición a excepción de un grupo de cinco munícipes. La prensa recoge como un premonitorio augurio, que en los momentos en los que el Cabildo debatía la colocación de la Cruz, se dejó sentir un ligero temblor de tierra en la población[2].
Ante los impedimentos del Cabildo, el padre Donaciano, superior de los misioneros, manifestó su perplejidad desde el púlpito parroquial. Refirió que nunca antes había encontrado oposición a la colocación de una Cruz en memoria de las misiones, y que él mismo, sin comprometer a las autoridades, realizaría el asentamiento del Lábaro testimonial. La feligresía hubo de buscar un nuevo emplazamiento para instalar el Crucifijo, cuyos terrenos ofreció un vicario de la localidad.
A las tres de la tarde del 16 de marzo, comenzó la solemne procesión que trasladaba la Cruz al paraje seleccionado. Numerosos asistentes acompañaron el Crucifijo de madera, que tenía una longitud de 30 palmos y fue porteado por 20 hombres. El Lábaro fue colocado a los compases interpretados por la banda de música de Novelda, y bendecido por el padre Donaciano, que dirigió una fervorosa plática al público asistente. Los feligreses retornaron a la parroquia, donde fray Donaciano resaltó la importancia del acto celebrado, recalcando que el venerado símbolo de la pasión traería bendiciones al pueblo de Aspe. Asimismo, y por gracia especial del Sumo Pontífice, el misionero concedió indulgencia plenaria a los que visitasen la Cruz en los días del aniversario de la instalación, así como de la Invención y Exaltación, e indulgencias parciales a los que ascendieran  a visitar la Cruz rezando el Vía Crucis. El articulista se hacía eco de una nueva coincidencia. En el mismo día en que fue depositada la Cruz en el monte, el alcalde sufrió un accidente fracturándose la pierna, a consecuencia de subir unas escaleras en dirección a la sala capitular.
Dos días después, un suceso extraordinario que fue visionado por multitud de fieles, encendió vivamente el sentimiento religioso y la devoción vecinal de los aspenses hacia el paraje de la Santa Cruz. El periódico La Lectura Popular narraba que en el atardecer del 18 de marzo, habiendo transcurrido media hora desde el ocaso del sol, una nutrida afluencia de vecinos se encontraba en el monte de la Santa Cruz, realizando el acondicionamiento de los accesos viarios al lugar o bien rezaba sus oraciones. Súbitamente, los asistentes comenzaron a vislumbrar en el cielo una figura en forma de tronco, seguidamente un crucero y luego una cabecera, cuyo conjunto semejaba  en todo a la Cruz que se había implantado en el monte. Más de cien personas reunidas en el lugar exclamaron al unísono: ¡La cruz del monte! y puestos de rodillas, comenzaron a elevar plegarias al cielo. La visión de la Cruz permaneció varios minutos sobre el firmamento percibiendo los testigos una figura maciza y no una composición vaporosa, que desapareció sin adoptar otra forma. A vista de los fieles asistentes, fue una aparición consoladora del símbolo cristiano[3].
La noticia vino referida en otros periódicos. El corresponsal de La Lealtad de Valencia narraba su percepción de la Cruz sobre el cielo: “…miré y vi hacia la parte de poniente dos nubes blancas un poco separadas, y entre las dos, ocupando el centro, una cruz del tamaño de la que habíamos colocado formada por otra nube más oscura…”[4].
En los días inmediatos creció tanto el fervor popular, que se calculó un flujo diario de cuatrocientas personas, las que visitaban el nuevo Calvario. Muchos fieles descendían desde el monte de la Santa Cruz cantando las estrofas predicadas por los padres misioneros, pero el Ayuntamiento optó por prohibir las coplas. El apasionamiento de los vecinos hizo que en el escaso término de ocho días se acometiera el desmonte de la sierra, abriéndose un espacioso camino, que permitía el acceso al lugar mediante una suave pendiente. Alrededor de la Cruz se plantaron cuatro palmeras y un buen número de pinos y cipreses.
Un piadoso devoto hizo promesa de regalar un potro si llovía en abundancia sobre los campos, cuya donación se destinaría a la construcción  de los Pasos o estaciones del Vía Crucis, que habrían de colocarse en el camino al monte de la Santa Cruz. El  ofrecimiento piadoso fue cumplido por el afecto creyente, pues a los cuatro días de instalarse el Crucifijo había llovido copiosamente en todo el término de Aspe.
El 16 de agosto de 1884 el Semanario Católico comentaba las fiestas celebradas en honor a la Virgen de las Nieves, resaltando que el monte de la Santa Cruz había sido un creciente foco de peregrinaje religioso que atrajo a muchos foráneos asistentes a los festejos de Aspe. Allí rezaban sus oraciones atraídos por las portentosas circunstancias en que se había visto envuelta la instalación de la Cruz. A la vez, el rotativo anunciaba que en breve plazo iban a comenzar las labores para colocar un Vía Crucis, cuyo recorrido  tomaría inicio en el sitio denominado Las Peñicas, instalándose los pasos a lo largo del recorrido, y que culminaría en la cúspide del monte donde se hallaba ubicada la Cruz[5].
No faltaron reprobaciones a la prodigiosa visión de la Cruz sobre el cielo por personas de postulados laicos. El 30 de mayo de 1885, el Semanario Católico expuso las críticas vertidas por Ginés Alberola en la prensa. El Semanario Católico comentaba que Alberola calificó de “fanáticos e ignorantes” a sus devotos paisanos en un artículo escrito en El Graduador, por concurrir con una enfebrecida devoción al monte de la Santa Cruz.  Alberola sería refutado desde el periódico El Progreso de Novelda, recordándole que una de las personas adjetivada como fanática e ignorante, le había proporcionado el trabajo  como secretario de Emilio Castelar que ejercitaba, a la vez que le evocaba su antiguo ejercicio de monaguillo en la parroquia de Nuestra Señora del Socorro.
Prosiguió el debate en la prensa. En un nuevo artículo, Ginés Alberola atribuía al Semanario Católico  haber extendido el calificativo de “milagro” a la aparición de la Cruz sobre el cielo. Así como ser responsable de que la  Diócesis enviase un comisionado especial para investigar la veracidad de los sucesos. Alberola consideraba que la visión de la Cruz fue  únicamente un fenómeno meteorológico producido en la atmósfera. El Semanario Católico respondía a Alberola  expresando que ellos no habían calificado el acontecimiento como milagro,  y que se reservaban el juicio sobre el mismo. Asimismo declinaban la responsabilidad sobre la apertura del expediente informativo, decisión del obispo de la Diócesis, cuyo dictamen pretendía entregar a una persona científica y facultada que juzgase el caso. De igual modo, el padre superior de los Capuchinos ordenó abrir  un informe sobre los extraordinarios sucesos, cuya instrucción había remitido a Francia para recabar el dictamen de personas competentes de la Orden[6]. Hubo otra réplica de Ginés Alberola al artículo publicado el 30 de mayo por el  Semanario Católico, con nueva refutación de dicho semanario, reconviniendo a Alberola sobre cuestiones personales y  acerca del criterio esgrimido para incapacitar a Eugenio Veuillot y Augusto Rousell, personas encargadas de valorar las circunstancias de la aparición de la Cruz[7].
El 30 de agosto de 1885, el Semanario Católico recogía un informe elaborado por los investigadores José Soler y Enrique Ferré dirigido al obispo de Orihuela, en el que evaluaban la aparición de la imagen de la Cruz en el cielo desde una perspectiva científica. La instrucción había sido encomendada por el ministerio fiscal diocesano solicitando opinión a personas acreditadas en ciencias físicas. Los científicos expusieron varias hipótesis. En primer lugar, analizaron el efecto fotográfico que tiene un objeto sobre la retina después de haberlo observado durante varios minutos. Si a continuación miramos a una pared se nos proyecta el objeto durante varios segundos. Esta presumible fijación de la imagen en la retina fue rechazada por los científicos, ya que todas las personas presentes visualizaron la Cruz en el cielo durante varios minutos y desde distintos ángulos.  Y dado el caso de que previamente hubieran contemplado el crucifijo de madera, esta visión hubiera tenido distinta intensidad y duración en cada persona. A ello se sumaba que la silueta de la Cruz se divisó desde otros puntos lejanos al monte como fue la finca de Vista Alegre.
 Tampoco daban sustento a la posibilidad de que fuera una formación fortuita de nubes, porque según el expediente que les habían remitido, se constataba que no hubo nube alguna en el horizonte por la parte en que surgió la Cruz y que  cuando desapareció la imagen, las supuestas nubes hubieran constituido otra apariencia. De igual modo rechazaban la posibilidad de que fuese un espejismo, o la ilusión óptica que vislumbran algunos marineros, conocida como fata morgana, que consiste en ver  sobre el horizonte barcos o costas lejanas, a causa de un efecto de inversión de la temperatura. Por último rebatían la posibilidad de que fuese un fenómeno óptico por la reflexión/refracción de la luz del sol y de la luna sobre la atmósfera, cuando las nubes contienen partículas de hielo en suspensión, conocidas como parhelios y paracelenas.  A los científicos no se les ocurrían otras hipótesis científicas para explicar el asombroso suceso, considerando que la imagen sobre la retina era la más racional, pero que no ofrecía una explicación satisfactoria sobre las circunstancias que marcaron la aparición de la Cruz[8].
Finalmente, las investigaciones practicadas por las autoridades religiosas respecto a la asombrosa aparición de la Cruz no fueron concluyentes, y el acontecimiento no llegó a revestir la calificación de milagro.
Una de las inminentes resoluciones que adoptaron los creyentes fue la edificación de una ermita anexa a la explanada donde se ubicaba la Santa Cruz. Las obras se desarrollaron con celeridad, y el oratorio estaba concluido una vez transcurrido dos años.  El domingo 21 de marzo de 1886 se llevó a efecto la solemne ceremonia de bendición de la ermita, un acto que contó con la masiva concurrencia de los vecinos de Aspe, a la que se sumaron innumerables forasteros[9].
Como consecuencia de un fortísimo vendaval desatado a mediados de febrero de 1889, la Cruz inaugural fue arrancada y quedó  hecha añicos por la virulencia del viento. El 17 de marzo se colocó una nueva Cruz construida con un tronco de pino  de la misma procedencia, y que altruistamente volvió a donar el presbítero Francisco Sánchez, proveniente de su finca de Vista-Alegre. La Cruz fue bendecida por el padre Ireneo, capuchino del convento de Orihuela, asistiendo el clero y una numerosa concurrencia de vecinos. De las astillas de la antigua Cruz se tallaron numerosas crucecitas que se repartieron los devotos del pueblo, y una de estas cruces fue colocada sobre el crucero del nuevo Crucifijo[10].
Aspe contaba con un antiguo Calvario -constatado documentalmente desde mediados del siglo XVII-, que estaba emplazado sobre el montículo existente en la confluencia de las calles Barítono Almodóvar y Ramón y Cajal, cuyo espacio es conocido popularmente como Los Banquicos. El  primitivo Calvario disponía de un itinerario de acceso o Vía Crucis, cuyo trayecto tenía instalados los 14 pasos o estaciones de la Cruz, que  rememoraban la vida de Jesús desde el momento en que fue apresado hasta la crucifixión. Este Vía Crucis ascendía por una calle denominada Los Pasos, y probablemente ésta formó parte de la actual calle de la Concepción en su tramo más elevado[11].
Las circunstancias singulares que revistieron los acontecimientos de 1884, con la colocación de una cruz en el monte por los misioneros, y sustancialmente por la prodigiosa visión de la Cruz sobre el cielo, desataron el fervor popular y desarrollaron una vehemente devoción religiosa hacia el paraje de la Santa Cruz. El antiguo Calvario perdió rápidamente su función de Camino de la Cruz, en beneficio del Vía Crucis que culmina en la explanada de la Santa Cruz. Si bien, el viejo Calvario continuó recibiendo culto religioso en una pequeña capilla situada en el costado izquierdo del montículo, consagrada al Cristo, que fue destruida por las acciones de los milicianos en agosto de 1936.
         Los paneles cerámicos que componen el actual Vía Crucis de la Santa Cruz son posteriores a la guerra civil, ya que los primitivos paneles fueron destruidos por las acciones de los milicianos durante la guerra. La empresa que fabricó los mosaicos fue Cerámica Molins según reza en la inscripción del primer panel.
Mi agradecimiento a José Prieto Durán, autor de la mayoría de fotografías que ilustran este trabajo.


Gonzalo Martínez Español
                                                        





[1] Archivo Municipal de Aspe. Actas Capitulares 1884-85. Sesión de 12 de marzo de 1884, fol. 33 v.
[2] Archivo Virtual de Prensa Histórica. Semanario Católico de Orihuela, 17 de mayo de 1884.
[3] A.V.P.H. La Lectura Popular de Orihuela, 1 de mayo de 1884.
[4] A.V.P.H.  Semanario Católico de Orihuela, 17 de mayo de 1884.
[5] Ídem. El Semanario Católico de Orihuela, 16 de agosto de 1884.
[6] Ídem, 30 de mayo de 1885.
[7] ídem, 11 de julio de 1885.
[8] Ídem, 30 de agosto de 1885.
[9] Ídem, 3 de abril de 1886.
[10] Ídem. El Alicantino, 20 de febrero de 1889.
[11] Martínez Cerdán, C.; Martínez Español, G.; Sala Trigueros, F. P.  : Devociones religiosas y lugares de culto en Aspe en la Época Moderna (S, XVII y XVIII), p. 38-40.


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