lunes, 30 de marzo de 2020


EL ORIGEN DEL MONTE DE LA SANTA CRUZ  EN  ASPE Y LA NUEVA UBICACIÓN DEL CALVARIO EN 1884.


                                     Publicado en la revista El Monte nº 14, 2014

Uno de los lugares  más populares de nuestra localidad, y que concita una profunda e intensa devoción religiosa entre los vecinos de Aspe es el paraje de la Santa Cruz, espacio religioso que adquiere un redoblado protagonismo en el periodo cuaresmal de cada año.
         El monte de la Santa Cruz de Aspe remonta su origen al año 1884. Un grupo de frailes capuchinos procedentes de Orihuela, comenzaron a predicar unas misiones el 27 de febrero del mismo año. Los franciscanos habían adquirido la costumbre  de erigir una cruz de madera en las poblaciones donde desarrollaban su ferviente labor pastoral. Habiendo transcurrido varios días desde el inicio de la prédica, la feligresía comenzó a realizar los preparativos para la colocación de una cruz en algún significado paraje de Aspe. El presbítero Francisco Sánchez Almodóvar aportó desinteresadamente dos grandes pinos para fabricar la Cruz, procedentes de su finca de Vista Alegre. Un carpintero comenzó a preparar los maderos y un cantero a tallar los sillares que habrían de servir como base del pedestal. El lugar elegido para la colocación de la Cruz fue la sierra denominada Rueda del Moro, cuya propiedad detentaba el Ayuntamiento de Aspe.

El párroco formuló una instancia al Consistorio aspense, fechada el 12 de marzo, en la que solicitaba el pertinente permiso para instalar el crucifijo. A la vez,  el sacerdote invitaba a la Municipalidad al objeto de que participase en la procesión que se iba a celebrar el domingo 16 de marzo, y que  partiría desde la Iglesia parroquial portando la cruz de madera, con acompañamiento del clero, la vecindad y una banda de música. El Ayuntamiento aunque encontraba muy loable la iniciativa, objetó que  no era factible disponer del terreno sin instruir el oportuno expediente administrativo, sobre el que debía recaer la aquiescencia de la autoridad superior[1]. El alcalde Antonio Mira-Percebal sometió la pretensión de los padres capuchinos al veredicto de los concejales, y tras efectuar una votación, la mayoría de concejales se opuso a dicha petición a excepción de un grupo de cinco munícipes. La prensa recoge como un premonitorio augurio, que en los momentos en los que el Cabildo debatía la colocación de la Cruz, se dejó sentir un ligero temblor de tierra en la población[2].
Ante los impedimentos del Cabildo, el padre Donaciano, superior de los misioneros, manifestó su perplejidad desde el púlpito parroquial. Refirió que nunca antes había encontrado oposición a la colocación de una Cruz en memoria de las misiones, y que él mismo, sin comprometer a las autoridades, realizaría el asentamiento del Lábaro testimonial. La feligresía hubo de buscar un nuevo emplazamiento para instalar el Crucifijo, cuyos terrenos ofreció un vicario de la localidad.
A las tres de la tarde del 16 de marzo, comenzó la solemne procesión que trasladaba la Cruz al paraje seleccionado. Numerosos asistentes acompañaron el Crucifijo de madera, que tenía una longitud de 30 palmos y fue porteado por 20 hombres. El Lábaro fue colocado a los compases interpretados por la banda de música de Novelda, y bendecido por el padre Donaciano, que dirigió una fervorosa plática al público asistente. Los feligreses retornaron a la parroquia, donde fray Donaciano resaltó la importancia del acto celebrado, recalcando que el venerado símbolo de la pasión traería bendiciones al pueblo de Aspe. Asimismo, y por gracia especial del Sumo Pontífice, el misionero concedió indulgencia plenaria a los que visitasen la Cruz en los días del aniversario de la instalación, así como de la Invención y Exaltación, e indulgencias parciales a los que ascendieran  a visitar la Cruz rezando el Vía Crucis. El articulista se hacía eco de una nueva coincidencia. En el mismo día en que fue depositada la Cruz en el monte, el alcalde sufrió un accidente fracturándose la pierna, a consecuencia de subir unas escaleras en dirección a la sala capitular.
Dos días después, un suceso extraordinario que fue visionado por multitud de fieles, encendió vivamente el sentimiento religioso y la devoción vecinal de los aspenses hacia el paraje de la Santa Cruz. El periódico La Lectura Popular narraba que en el atardecer del 18 de marzo, habiendo transcurrido media hora desde el ocaso del sol, una nutrida afluencia de vecinos se encontraba en el monte de la Santa Cruz, realizando el acondicionamiento de los accesos viarios al lugar o bien rezaba sus oraciones. Súbitamente, los asistentes comenzaron a vislumbrar en el cielo una figura en forma de tronco, seguidamente un crucero y luego una cabecera, cuyo conjunto semejaba  en todo a la Cruz que se había implantado en el monte. Más de cien personas reunidas en el lugar exclamaron al unísono: ¡La cruz del monte! y puestos de rodillas, comenzaron a elevar plegarias al cielo. La visión de la Cruz permaneció varios minutos sobre el firmamento percibiendo los testigos una figura maciza y no una composición vaporosa, que desapareció sin adoptar otra forma. A vista de los fieles asistentes, fue una aparición consoladora del símbolo cristiano[3].
La noticia vino referida en otros periódicos. El corresponsal de La Lealtad de Valencia narraba su percepción de la Cruz sobre el cielo: “…miré y vi hacia la parte de poniente dos nubes blancas un poco separadas, y entre las dos, ocupando el centro, una cruz del tamaño de la que habíamos colocado formada por otra nube más oscura…”[4].
En los días inmediatos creció tanto el fervor popular, que se calculó un flujo diario de cuatrocientas personas, las que visitaban el nuevo Calvario. Muchos fieles descendían desde el monte de la Santa Cruz cantando las estrofas predicadas por los padres misioneros, pero el Ayuntamiento optó por prohibir las coplas. El apasionamiento de los vecinos hizo que en el escaso término de ocho días se acometiera el desmonte de la sierra, abriéndose un espacioso camino, que permitía el acceso al lugar mediante una suave pendiente. Alrededor de la Cruz se plantaron cuatro palmeras y un buen número de pinos y cipreses.
Un piadoso devoto hizo promesa de regalar un potro si llovía en abundancia sobre los campos, cuya donación se destinaría a la construcción  de los Pasos o estaciones del Vía Crucis, que habrían de colocarse en el camino al monte de la Santa Cruz. El  ofrecimiento piadoso fue cumplido por el afecto creyente, pues a los cuatro días de instalarse el Crucifijo había llovido copiosamente en todo el término de Aspe.
El 16 de agosto de 1884 el Semanario Católico comentaba las fiestas celebradas en honor a la Virgen de las Nieves, resaltando que el monte de la Santa Cruz había sido un creciente foco de peregrinaje religioso que atrajo a muchos foráneos asistentes a los festejos de Aspe. Allí rezaban sus oraciones atraídos por las portentosas circunstancias en que se había visto envuelta la instalación de la Cruz. A la vez, el rotativo anunciaba que en breve plazo iban a comenzar las labores para colocar un Vía Crucis, cuyo recorrido  tomaría inicio en el sitio denominado Las Peñicas, instalándose los pasos a lo largo del recorrido, y que culminaría en la cúspide del monte donde se hallaba ubicada la Cruz[5].
No faltaron reprobaciones a la prodigiosa visión de la Cruz sobre el cielo por personas de postulados laicos. El 30 de mayo de 1885, el Semanario Católico expuso las críticas vertidas por Ginés Alberola en la prensa. El Semanario Católico comentaba que Alberola calificó de “fanáticos e ignorantes” a sus devotos paisanos en un artículo escrito en El Graduador, por concurrir con una enfebrecida devoción al monte de la Santa Cruz.  Alberola sería refutado desde el periódico El Progreso de Novelda, recordándole que una de las personas adjetivada como fanática e ignorante, le había proporcionado el trabajo  como secretario de Emilio Castelar que ejercitaba, a la vez que le evocaba su antiguo ejercicio de monaguillo en la parroquia de Nuestra Señora del Socorro.
Prosiguió el debate en la prensa. En un nuevo artículo, Ginés Alberola atribuía al Semanario Católico  haber extendido el calificativo de “milagro” a la aparición de la Cruz sobre el cielo. Así como ser responsable de que la  Diócesis enviase un comisionado especial para investigar la veracidad de los sucesos. Alberola consideraba que la visión de la Cruz fue  únicamente un fenómeno meteorológico producido en la atmósfera. El Semanario Católico respondía a Alberola  expresando que ellos no habían calificado el acontecimiento como milagro,  y que se reservaban el juicio sobre el mismo. Asimismo declinaban la responsabilidad sobre la apertura del expediente informativo, decisión del obispo de la Diócesis, cuyo dictamen pretendía entregar a una persona científica y facultada que juzgase el caso. De igual modo, el padre superior de los Capuchinos ordenó abrir  un informe sobre los extraordinarios sucesos, cuya instrucción había remitido a Francia para recabar el dictamen de personas competentes de la Orden[6]. Hubo otra réplica de Ginés Alberola al artículo publicado el 30 de mayo por el  Semanario Católico, con nueva refutación de dicho semanario, reconviniendo a Alberola sobre cuestiones personales y  acerca del criterio esgrimido para incapacitar a Eugenio Veuillot y Augusto Rousell, personas encargadas de valorar las circunstancias de la aparición de la Cruz[7].
El 30 de agosto de 1885, el Semanario Católico recogía un informe elaborado por los investigadores José Soler y Enrique Ferré dirigido al obispo de Orihuela, en el que evaluaban la aparición de la imagen de la Cruz en el cielo desde una perspectiva científica. La instrucción había sido encomendada por el ministerio fiscal diocesano solicitando opinión a personas acreditadas en ciencias físicas. Los científicos expusieron varias hipótesis. En primer lugar, analizaron el efecto fotográfico que tiene un objeto sobre la retina después de haberlo observado durante varios minutos. Si a continuación miramos a una pared se nos proyecta el objeto durante varios segundos. Esta presumible fijación de la imagen en la retina fue rechazada por los científicos, ya que todas las personas presentes visualizaron la Cruz en el cielo durante varios minutos y desde distintos ángulos.  Y dado el caso de que previamente hubieran contemplado el crucifijo de madera, esta visión hubiera tenido distinta intensidad y duración en cada persona. A ello se sumaba que la silueta de la Cruz se divisó desde otros puntos lejanos al monte como fue la finca de Vista Alegre.
 Tampoco daban sustento a la posibilidad de que fuera una formación fortuita de nubes, porque según el expediente que les habían remitido, se constataba que no hubo nube alguna en el horizonte por la parte en que surgió la Cruz y que  cuando desapareció la imagen, las supuestas nubes hubieran constituido otra apariencia. De igual modo rechazaban la posibilidad de que fuese un espejismo, o la ilusión óptica que vislumbran algunos marineros, conocida como fata morgana, que consiste en ver  sobre el horizonte barcos o costas lejanas, a causa de un efecto de inversión de la temperatura. Por último rebatían la posibilidad de que fuese un fenómeno óptico por la reflexión/refracción de la luz del sol y de la luna sobre la atmósfera, cuando las nubes contienen partículas de hielo en suspensión, conocidas como parhelios y paracelenas.  A los científicos no se les ocurrían otras hipótesis científicas para explicar el asombroso suceso, considerando que la imagen sobre la retina era la más racional, pero que no ofrecía una explicación satisfactoria sobre las circunstancias que marcaron la aparición de la Cruz[8].
Finalmente, las investigaciones practicadas por las autoridades religiosas respecto a la asombrosa aparición de la Cruz no fueron concluyentes, y el acontecimiento no llegó a revestir la calificación de milagro.
Una de las inminentes resoluciones que adoptaron los creyentes fue la edificación de una ermita anexa a la explanada donde se ubicaba la Santa Cruz. Las obras se desarrollaron con celeridad, y el oratorio estaba concluido una vez transcurrido dos años.  El domingo 21 de marzo de 1886 se llevó a efecto la solemne ceremonia de bendición de la ermita, un acto que contó con la masiva concurrencia de los vecinos de Aspe, a la que se sumaron innumerables forasteros[9].
Como consecuencia de un fortísimo vendaval desatado a mediados de febrero de 1889, la Cruz inaugural fue arrancada y quedó  hecha añicos por la virulencia del viento. El 17 de marzo se colocó una nueva Cruz construida con un tronco de pino  de la misma procedencia, y que altruistamente volvió a donar el presbítero Francisco Sánchez, proveniente de su finca de Vista-Alegre. La Cruz fue bendecida por el padre Ireneo, capuchino del convento de Orihuela, asistiendo el clero y una numerosa concurrencia de vecinos. De las astillas de la antigua Cruz se tallaron numerosas crucecitas que se repartieron los devotos del pueblo, y una de estas cruces fue colocada sobre el crucero del nuevo Crucifijo[10].
Aspe contaba con un antiguo Calvario -constatado documentalmente desde mediados del siglo XVII-, que estaba emplazado sobre el montículo existente en la confluencia de las calles Barítono Almodóvar y Ramón y Cajal, cuyo espacio es conocido popularmente como Los Banquicos. El  primitivo Calvario disponía de un itinerario de acceso o Vía Crucis, cuyo trayecto tenía instalados los 14 pasos o estaciones de la Cruz, que  rememoraban la vida de Jesús desde el momento en que fue apresado hasta la crucifixión. Este Vía Crucis ascendía por una calle denominada Los Pasos, y probablemente ésta formó parte de la actual calle de la Concepción en su tramo más elevado[11].
Las circunstancias singulares que revistieron los acontecimientos de 1884, con la colocación de una cruz en el monte por los misioneros, y sustancialmente por la prodigiosa visión de la Cruz sobre el cielo, desataron el fervor popular y desarrollaron una vehemente devoción religiosa hacia el paraje de la Santa Cruz. El antiguo Calvario perdió rápidamente su función de Camino de la Cruz, en beneficio del Vía Crucis que culmina en la explanada de la Santa Cruz. Si bien, el viejo Calvario continuó recibiendo culto religioso en una pequeña capilla situada en el costado izquierdo del montículo, consagrada al Cristo, que fue destruida por las acciones de los milicianos en agosto de 1936.
         Los paneles cerámicos que componen el actual Vía Crucis de la Santa Cruz son posteriores a la guerra civil, ya que los primitivos paneles fueron destruidos por las acciones de los milicianos durante la guerra. La empresa que fabricó los mosaicos fue Cerámica Molins según reza en la inscripción del primer panel.
Mi agradecimiento a José Prieto Durán, autor de la mayoría de fotografías que ilustran este trabajo.


Gonzalo Martínez Español
                                                        





[1] Archivo Municipal de Aspe. Actas Capitulares 1884-85. Sesión de 12 de marzo de 1884, fol. 33 v.
[2] Archivo Virtual de Prensa Histórica. Semanario Católico de Orihuela, 17 de mayo de 1884.
[3] A.V.P.H. La Lectura Popular de Orihuela, 1 de mayo de 1884.
[4] A.V.P.H.  Semanario Católico de Orihuela, 17 de mayo de 1884.
[5] Ídem. El Semanario Católico de Orihuela, 16 de agosto de 1884.
[6] Ídem, 30 de mayo de 1885.
[7] ídem, 11 de julio de 1885.
[8] Ídem, 30 de agosto de 1885.
[9] Ídem, 3 de abril de 1886.
[10] Ídem. El Alicantino, 20 de febrero de 1889.
[11] Martínez Cerdán, C.; Martínez Español, G.; Sala Trigueros, F. P.  : Devociones religiosas y lugares de culto en Aspe en la Época Moderna (S, XVII y XVIII), p. 38-40.


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