lunes, 30 de marzo de 2020


LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS ASPENSES

                                                                                     Publicado en la Revista Aspis, 2009

         En este año de 2009, se conmemora el cuarto centenario de la expatriación morisca de los reinos hispanos, acontecimiento que tuvo una especial trascendencia en gran número de poblaciones españolas,  una de ellas Aspe.
La cuestión morisca ha sido tratada por numerosos estudiosos de nuestra localidad[1], y es sobradamente conocido que la conquista cristiana de nuestras tierras a mediados del siglo XIII, no supuso el desalojo de la población musulmana, sino que los pobladores islámicos ­­–desde ese momento mudéjares­­– permanecieron asentados en gran número de pueblos, conservando sus propiedades, lengua, costumbres y religión, a cambio del pago de impuestos a los cristianos.
         Con el reinado de los Reyes Católicos, la política de Estado se volvió más intransigente con las minorías religiosas, los monarcas resolvieron expulsar a los judíos españoles en 1492 y decretaron la conversión forzosa de los mudéjares de la Corona de Castilla en 1502.
         El rey Fernando el Católico tenía hecho juramento a los mudéjares de la Corona Aragonesa de que no serían obligados a convertirse a la fe cristiana, pero la bula papal de Clemente VII “Idcirco nostris”, liberó de dicho compromiso a su nieto Carlos I en 1524. La conversión forzosa de los musulmanes valencianos comenzó con las guerras de Germanías, generalizándose por el decreto emitido por el emperador Carlos I en 1525, obligando al bautismo forzoso de todos los mudéjares de la  Corona Aragonesa o su expulsión. Desde ese momento, los hispanos musulmanes serán denominados cristianos nuevos de moro o moriscos.
Bautismo de moriscos
         Ante la nueva situación religiosa, una comisión de moriscos viajó hasta el Magreb para entrevistarse con el líder religioso de Fez, a fin de que les aconsejase respecto a la actitud que debían adoptar ante la conversión forzosa. El imán, siguiendo los preceptos coránicos de la taquiya, ­­–que permite a los musulmanes practicar una religión fingida si corren riesgo sus vidas­­–, les aconsejó aceptar las imposiciones cristianas, autorizándoles incluso a incurrir en uno de los pecados más graves para un creyente musulmán, el pronunciar ofensas contra el profeta, pero que en su fuero interno, en su corazón, permanecieran fieles a los preceptos coránicos. Difundidas las recomendaciones del imán de Fez en las comunidades neo-convertidas de la Península, éstas confirieron carta de naturaleza a la resistencia morisca frente a las campañas de adoctrinamiento y evangelización de los cristianos.
         Un creyente musulmán no mudaba a cristiano de un día para otro, ya que la religión impregnaba todas las facetas de la vida. Cierto es que la predicación cristiana fue pobre en las poblaciones moriscas y no tuvo la intensidad y constancias necesarias. El obispado de Cartagena quedaba muy alejado de las comarcas alicantinas, y consecuentemente, la labor pastoral desasistida, siendo una de las razones de peso para erigir el obispado de Orihuela en 1564. Los mitrados oriolanos redactaron diferentes instrucciones con destino a los nuevos convertidos, como las conocidas ordinaçiones del obispo Tomás Dasio, que intentaban erradicar las costumbres islámicas. El prelado José Esteve desarrolló una ardua labor en pos de las sincera conversión de los moriscos, promoviendo en 1597 la erección de nuevas parroquias en las poblaciones de cristianos nuevos, y aconsejando al rey Felipe II, que amonestase al duque de Maqueda, pues los moriscos de Aspe y Crevillente eran la gente más dura y obstinada que existía en la diócesis orcelitana.
Embarque de los moriscos en el puerto de Alicante
Las disposiciones de las altas instancias estatales, no propiciaron la integración de los moriscos en la sociedad española. Reconocidos como falsos católicos, suscitaron la envidia de muchos cristianos viejos por su prosperidad económica y una desconfianza generalizada, pues en ellos veían a unos aliados del imperio turco, y una presumible quinta columna de apoyo ante una hipotética invasión otomana de la Península. Entre las medidas adoptadas, la Corona prohibió a los moriscos que pudieran comerciar en los puertos y residir en las poblaciones costeras, para así evitar el contacto con otomanos y berberiscos norteafricanos.
De igual modo, el rey Felipe II expidió una real pragmática en 1563 decretando el desarme de todas las comunidades neo-convertidas. El bando fue publicado en Aspe el 8 de febrero de 1563 por Miquel Amador, obligando a que los moriscos declarasen las armas que poseían, tanto las de carácter defensivo como ofensivo, e hiciesen entrega de todas las armas (escopetas, arcabuces, ballestas, armas embastadas, espadas, lanzas, adargas, petos, cotas de malla, etc.) En Aspe se inspeccionaron 198 casas de vecinos moriscos, en las que los oficiales de su Majestad requisaron 164 espadas, 38 lanzas, 6 rodelas (escudo redondo), 1 broquel (escudo pequeño), 7 cervelleras (armadura de hierro para la cabeza), 18 puñales, 3 arcabuces, 37 ballestas, y 3 cureñas (caja de fusil o palo de ballesta)[2].  
A cambio de una compensación de 40.000 ducados, Carlos V dio su consentimiento para que la Inquisición no tuviera jurisdicción sobre los moriscos en un período de 40 años. Vencido el plazo, el Tribunal del Santo Oficio comenzó el acoso y persecución de los cristianos nuevos sospechosos de islamitas. Juan Blázquez Miguel ha recopilado en torno a 40 casos de moriscos aspenses, procesados por el Santo Tribunal entre 1564 y 1594[3], con sentencias que iban desde la absolución hasta la quema en la hoguera.
Contemplados como una comunidad irreductible e inasimilable, finalmente, el monarca Felipe III resolvió erradicar el problema morisco deportándolos a África. La decisión de expulsar a los moriscos hispanos fue adoptada por acuerdo del Consejo de Estado el 4 de abril de 1609, la decisión se mantuvo en secreto hasta el bando público editado el 22 de septiembre.
 La Corona dispuso los preparativos militares necesarios para la operación, desplazando las galeras de la escuadra real a los puertos de embarque y asentando contingentes de tropa en algunas poblaciones como fuerza coactiva para prevenir posibles disturbios. En 1621, el historiador Cristóbal Sanz relata las vicisitudes que envolvieron la expulsión de los moriscos ilicitanos, dando cuenta del atraque de una flota en el puerto de Alicante, que estaba conformada por 4 galeras de la escuadra española destinada en Portugal y 9 galeras de la escuadra de  Sicilia:“… de las cuales desembarcaron dos compañías, la una de don Esteban de Albornoz del hábito de San Juan con ciento y cincuenta soldados mosqueteros, la otra compañía de don Hernando de Guzmán con ciento y cincuenta arcabuceros. Todo gente muy lúcida y puesta a guisa de guerra, los cuales vinieron y se alojaron en esta villa (Elche) a 22 de dicho mes de septiembre…[4]
Ampliamente conocido es el bando de expulsión, que el virrey de Valencia, Marqués de Caracena, hizo público el 22 de septiembre de 1609, por orden de su majestad el rey Felipe III. El bando ordenaba la expatriación de todos los moriscos de los reinos hispanos, empezando por el Reino de Valencia: “he resuelto que se saquen todos los moriscos d esse Reyno, y que se echen en Berbería”. El decreto estipulaba que una vez leído el bando en cada pueblo, en el plazo de tres días, los moriscos debían abandonar sus hogares y trasladarse a los puertos  de embarque asignados: Alicante, Denia, el Grao, etc. La orden les permitía llevar todos los bienes que pudiesen transportar.
El 30 de septiembre comenzaron los primeros embarques desde el puerto de Denia con cristianos nuevos de la huerta de Gandía. No contamos con testimonios que narren el éxodo de los moriscos aspenses, aunque sí conocemos el desalojo de los islamitas de Novelda o Elche, cuyos comentarios resultan muy ilustrativos.
Los moriscos de Novelda abandonaron la población el 2 de octubre de 1609, según una nota del párroco recogida por el cronista Sala Cañellas: “Año 1609, a 2 de octubre, viernes, por la mañana, salieron los moriscos de esta villa para embarcarse a África, con mucho gusto, sin quedar más que dos casas pobres y un enfermo, y del camino se volvieron, por no poder más, una vieja y un pobre, y otro pobre hombre con su mujer y otros tres o cuatro que después se han venido; (los que marcharon) eran todos, chicos y grandes, más de 1.500, y después, dentro un mes se fueron y murieron los demás. De los que quedaron moriscos, murió Jaime Miré, viejo de 85 años a 13 de octubre de 1609, no se le enterró en sagrado. En 30 de octubre murió Mario Regil Valero, hizo testamento en poder de Luís Giner, dejó una viña para la iglesia, fue sepultado fuera de la iglesia a espaldas de la capilla.[5]
Moriscos camino del embarque para el exilio
Al día siguiente, el turno para abandonar sus hogares correspondió a los moriscos del arrabal de San Juan de Elche, según refiere el regidor ilicitano Cristóbal Sanz: “En tres de octubre dicho año, sábado y víspera señalada de san Francisco, a las 11 horas de la mañana. Salieron todos en común, que fue espectáculo muy grande. Unos con lloros que eran los ricos y otros con risa que eran los pobres. Salieron a esta embarcación por la puerta del solar del arrabal, mirando los ricos atrás de ver y dejar su albergue y casas, que las tenían muy bien puestas, no sabiendo su fin y paradero. Allegaron al Castillo de Santa Pola, adonde hallaron aprestadas las galeras de Cicilia y las de Portugal y embarcados en ellas, y su excelencia de don Jorge de Cárdenas, señor y marqués de esta villa, que los amaba como señor y padre, los acompañó a la fuerza (plazas) de Orán y Masalquivir, adonde desembarcados les dieron soldados para que les acompañasen dentro a tierra de África, adonde los dejaron y desahuciaron de recelo y temor de los alarbes, que según se dijo, eran muchos, y los maltrataron y robaron, gozando de sus mujeres e hijas…[6]
Algunos investigadores, tal es el caso de Manuel Cremades, han reseñado que los moriscos aspenses partieron hacia el exilio africano desde el puerto de Santa Pola, en unión de ilicitanos y crevillentinos, afirmación que reseñan tanto el padre Bleda, como el cronista alicantino Vicente Bendicho: … mandado venir a embarcar todos los moriscos de aquesta parte del Reyno, desde el puerto de Albaida por la raya de Castilla asta Alicante, exepto los de Elche, Crevillente y Aspe, vasallos del duque de Maqueda que los condució él mismo al lugar nuevo o fortaleza que tiene su excelencia orilla del mar a vista de la ysla de Santa Pola…[7].
Los estudios de Henri Lapeyre indican que el embarque de los moriscos aspenses, se realizó por el puerto de Alicante en fechas posteriores a los ilicitanos. Lapeyre comenta que entre el 22 y 24 de octubre de 1609[8], las 9 galeras de Sicilia y las 4 de Portugal transportaron a los islamitas oriundos de Aspe, Benilloba, Cocentaina, Muro, Redován y Orihuela. Las listas de embarque contabilizaron 3.093 moriscos en esos días, más de la mitad eran naturales de Aspe.
No podemos cuantificar el número exacto de moriscos aspenses expatriados, pero debió fluctuar entre las 1.800 y 2.000 personas. Conocemos el número de habitantes que tenía Aspe en 1609 por las actas municipales de 1672[9], con motivo de clarificar el abono de un préstamo pendiente. Un recuento contabiliza en 1609 una población de 500 vecinos – cabezas de familia– de éstos, 440 eran moriscos (88 % de la población) y 60 cristianos viejos. Si multiplicamos los 440 vecinos moriscos por un coeficiente de 4,5  obtenemos una población  islámica aproximada de 1.980 personas para ese año.
Los analistas históricos vienen sosteniendo que la población morisca no provenía de África o la Península Arábiga, sino que eran los descendientes de la población nativa que habitaba nuestras tierras desde tiempos ibéricos, romanos y visigodos, y que a partir del siglo VIII iniciaron un proceso de conversión al Islam.
Alrededor del 21 o quizás el mismo 22 de octubre, los moriscos aspenses emprendieron el camino del exilio en dirección a Alicante,  abandonando para siempre el pueblo en el que habían arraigado durante generaciones. Marcharon a pie, en carros y cabalgaduras constituyendo una dilatada y heterogénea caravana, compuesta por niños, jóvenes, adultos y ancianos; impregnados por una mezcolanza de emociones. Por un lado, un sentimiento de alivio y alegría al marcharse de un territorio en el que habían sido despreciados por los cristianos, y donde no se respetó su identidad cultural diferenciada. Por otro lado, impregnados de un profundo sentimiento de tristeza y melancolía al abandonar sus raíces históricas, las tierras donde reposaban sus antepasados, despojados de sus bienes más preciados, (viviendas, huertas, campos, agua de riego, etc.); intensas emociones cargadas de amargura, poéticamente expresadas por Juan Suárez en su Embajada.
Desembarco de los moriscos en Orán

Resulta ilustrativo el testimonio de N. Alfafar, un morisco aspense bien relacionado con los cristianos viejos, que cuando se promulgó el edicto de expulsión, manifestó al rector de Novelda las arraigadas creencias musulmanas que pervivían en su pueblo: “que el Rey nuestro señor diga que hemos sido moros y que lo somos dice mucha verdad, porque en efecto jamás hemos sido cristianos ninguno de nosotros por más demostraciones que hayamos dado de ello. Pero que diga que somos traidores no lo sé yo, puede que su Majestad no esté bien informado…[10].
No tuvo el duque de Maqueda una actitud gentil y decorosa con sus vasallos moriscos expelidos. Si bien, Cristóbal Sanz ensalza la figura de don Jorge de Cárdenas, atribuyéndole un gesto caballeroso y paternal, acompañando a los moriscos ilicitanos desde Santa Pola hasta el puerto de Orán, comienzo del exilio magrebí. Algún documento del archivo ilicitano muestra un talante señorial sensiblemente distinto, en el que don Jorge manifiesta un talante acaparador y codicioso, pues había expedido un bando en el arrabal ilicitano de San Juan, prohibiendo a los moriscos la venta de sus bienes. Incluso ordenó a sus oficiales, que confiscasen las tierras y posesiones legadas por los moriscos como donativos a la iglesia de San Juan -antigua mezquita- para el auxilio de los pobres, bajo pretexto de que ya no residían moriscos en el arrabal, hecho que originó un pleito entre el duque y el procurador patrimonial de su Majestad. : “Y ara los officials y ministres del dit duch se han alcat  ab dites terres y possesions  dels pobres dient que son del dit duch, no obstant dits actes, sub pretecto que ya no yha moriscos pobres com si no y hagues cristians vells pobres…[11]
Los autos judiciales evidencian que el duque  había embargado todas las pertenencias de los moriscos del arrabal. Respecto al fabriquero de la iglesia de San Juan, expresa: “…tenía ja lo duch de maqueda embargada tota la hazienda del dit Sarria y de es demes moriscos del arrabal de Elig y havia fet fer bando que dits moriscos no poguessen vendre ni alienar cosa alguna de sos bens…[12]
Con toda probabilidad, don Jorge de Cárdenas se condujo en la villa de Aspe del mismo modo que en Elche, no dudando en acopiar cuantos bienes le fuera posible, e impidiendo a los moriscos aspenses vender cualquiera de sus pertenencias, prohibición que contravenía la real orden. El rey Felipe III había determinado que los bienes de los moriscos expulsos pasasen a engrosar el patrimonio de los señores, y de este modo, compensar la merma de las rentas por la pérdida de vasallos. En el expediente judicial por las posesiones de la iglesia de San Juan, se estima que el duque había percibido bienes moriscos en valor de 100.000 libras: “… havent com a restat de la expulsió dels moriscos ab tanta riquea de diners contants, or, argent, cavalcadures, fruyts y grans, bens mobles, terres, possessions y casses em pus de cent millia lliures…[13]
Al igual que sus congéneres valencianos en la fe islámica, los moriscos aspenses fueron desembarcados en las costas argelinas de Orán. Ignoramos la suerte que pudieron correr y el lugar donde llegaron a asentarse para comenzar una nueva vida. Algunos moriscos se enrolaron en las filas del ejército otomano con el fin de combatir a los aborrecidos cristianos, otros en las naves de berbería ocupadas en la piratería. Muchos se asentaron en nuevos establecimientos de tierras  donadas por la administración turca, llegando a formar prósperas colonias agrícolas. Los investigadores que han tratado de rastrear la estela morisca en Argelia han obtenido pocos resultados, dada la insuficiencia que presentan las fuentes documentales.
Las consecuencias de las expulsión morisca en Aspe fueron múltiples. La consabida pérdida demográfica, que en Aspe alcanzó a las 2/3 partes de la población, descendiendo desde los 500 vecinos –cabezas de familia­­– en 1609, hasta los aproximadamente 160 vecinos registrados en la Carta Puebla de 1611, una vez incorporados los nuevos repobladores. La villa no volvería a alcanzar los 500 vecinos hasta un siglo después.
La merma de la población originó un notable detrimento de la actividad económica en la localidad, provocando la disminución de la superficie cultivada  y consecuentemente, la reducción de la producción agrícola.
Algunos nobles y señores intentaron compensar la pérdida de rentas, incrementando la presión fiscal sobre sus nuevos vasallos. Nos consta que el duque de Maqueda adoptó en Aspe algunas medidas en ese sentido:
- Incorporó a su patrimonio las dos tiendas de comestibles, que hasta ese momento habían sido monopolio del Ayuntamiento,  y que el Cabildo arrendaba anualmente como fuente de ingresos.
- Incrementó el porcentaje del diezmo de granos que recaudaba en la villa. En tiempos anteriores a la expulsión, la Casa Señorial recibía de 12 partes 1 en todo el término municipal, tras la marcha de los moriscos impuso un diezmo de 8 partes 1 en las tierras más próximas al pueblo y de 12 partes 1 en los Hondones. Esto originó que gran número de campesinos comenzasen a labrar tierras en los Hondones de los Frailes, y que dejasen sin cultivar las tierras más cercanas al pueblo, forzando al duque para que hiciera concesiones temporales más benignas.
Cuando la Señoría repartió las viviendas moriscas a los nuevos repobladores, fijó un pecho o renta anual que resultaba excesivo para los vecinos, solicitándole los vecinos de Aspe una rebaja de la cuantía[14].

Sin lugar a dudas, la expulsión de los moriscos fue una drástica e  injusta decisión, fruto de la aversión e intransigencia religiosa que impregnaba aquella época. Las huellas de la cultura islámica perduran en Aspe a través de los nombres conservados en los parajes de nuestro término municipal, en el trazado de las calles de casco urbano. Los musulmanes aspenses fueron los creadores de una huerta y unas  redes de acequias con sus presas de riego que han perdurado durante siglos, trasmitieron unas esmeradas técnicas de cultivo agrícola a nuestros antepasados, nos han legado una herencia gastronómica, etc. El paso del tiempo ha hecho irreparable el agravio cometido con los moriscos, por ello, nos corresponde reconocer y valorar la aportación de los mudéjares y moriscos aspenses en la formación de nuestra identidad colectiva como pueblo de Aspe, evitando que sean relegados al olvido.
 

                                                        Gonzalo Martínez Español.


 NOTAS:



[1] Entre los autores locales, podemos consultar: ASENCIO CALATAYUD, Juan Pedro: La expulsión de los moriscos, La Serranica. 1974; CREMADES CAPARRÓS, José María. Aspe, durante la Edad Moderna, en Aspe Medio y Aspectos Humanos: pp.: 209-213, 1999; VERDÚ BOTELLA, José Vicente: Los moriscos de Aspe y la Inquisición, La Serranica, 2004, pp. 138-140; SALA TRIGUEROS, Francisco Pedro: Relación de rentas de la Villa de Aspe en 1518, La Serranica 2008, pp.170-176; CANDELA GUILLÉN, José María: Los flujos migratorios aspenses a Argelia. La Serranica 2008, pp. 160-169; etc.
[2] Archivo del Reino de Valencia. Real nº 564. Desarme de moriscos, fol. 1.100-1.110.
[3] BLÁZQUEZ MIGUEL; Juan: “Catálogo de los procesos inquisitoriales del tribunal del Santo Oficio de Murcia”. Revista Mugertana, nº LXXIV, pp.  9-27 para  consulta de los procesados por islamitas.
[4] SANZ, Cristóbal: Recopilación en que se da quenta de las cosas anci antiguas como modernas de la inclita villa de Elche: sacadas de diversos autores y entendidas de [per]sonas fidedignas. 1621. Edición facsímil de 2000, Ayuntamiento de Elche, p. 103.
[5] SALA CAÑELLAS, Vicente (1977): Crónicas de la villa de Novelda, Novelda, p. 160.
[6] SANZ, Cristóbal: Op. Cit. , p.103-104.
[7] BENDICHO, Vicente (1991): Crónica de la Muy Ilustre, Noble y Leal Ciudad de Alicante, 4 V. 1640. Edición facsímil. a cargo de  María Luisa Cabanes.
[8] LAPEYRE, Henri (1986): Geografía de la España Morisca, p. 74.
[9] Archivo Municipal de Aspe. Actas capitulares 1659-79. Acta de Cabildo de 20 de octubre de 1672.
[10] HALPERÍN DONGHI, Tulio (1980): Un conflicto nacional: moriscos y cristianos viejos en Valencia. Valencia,  p. 219
[11] Archivo Municipal de Elche. Legajo H-14 doc. nº 7. Proceso del duque de Maqueda contra el procurador patrimonial de su Majestad, sobre los bienes de las iglesias, antes mezquitas, fol. 17.
[12] Ídem, fol. 16.
[13] Ídem, fol. 26/v.
[14] MARTÍNEZ ESPAÑOL, Gonzalo (2004): “Privilegios concedidos a la villa de Aspe por los Duques de Maqueda en la primera mitad del siglo XVII”.  La Serranica nº 46. Aspe, pp. 83-91.

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