miércoles, 8 de abril de 2020


         LA PLAGA DE LANGOSTA EN  ASPE,  1756-1758.                                                               
Publicado en la revista La Serranica nº 50, 2012

            La década de 1750 fue especialmente aciaga para Aspe, viéndose colmada de calamidades. En 1751 una gran riada en el cauce del río Tarafa generada por lluvias torrenciales, produjo estragos en las tierras de cultivo, destruyó acequias, rafas, el acueducto del Hondo de las Fuentes y el Puente del Baño. En 1756 una enorme plaga de langosta originaria de Extremadura, invadió las tierras del Vinalopó devorando los cultivos, avivándose el insecto en los dos años siguientes. En 1757 una epidemia de fiebres causó alrededor de 60 defunciones y más de 1.000 enfermos entre los vecinos de Aspe, como consecuencia de haber ingerido las aguas infectadas que se conducían mediante una cañería, desde la Rafa del Fauquí -situada en el Hondo de las Fuentes- a una fuente instalada en la Plaza Mayor[1]. En 1758 la intensa sequía produjo gran esterilidad en los campos, especialmente en las tierras dedicadas al cultivo de cereales en el secano. Esta concurrencia de infortunios sumió al municipio en una gran penuria durante varios años, originando un creciente desabastecimiento por la ausencia de cultivos y el alza de los productos de primera necesidad. Asimismo, la villa se vio imposibilitada para hacer frente al pago de las contribuciones estatales, lo que le indujo a cursar una petición al rey Fernando VI, solicitando la dispensa de impuestos.
                                                                                                     
            Las plagas de langosta.

Durante la Edad Media y Moderna, las intermitentes apariciones de grandes concentraciones de langosta fue una de las adversidades naturales más inquietantes para nuestros antepasados. El miedo a la catástrofe y a la miseria originada por la plaga de langosta, asociaba la presencia del insecto con el envío de un castigo divino de reminiscencias bíblicas, consecuencia de las ofensas y pecados cometidos por el hombre contra Dios. La voracidad de este ortóptero provocaba efectos catastróficos en la producción agraria, siendo objeto de estudio por algunos naturalistas de la época como el irlandés Bowles.
Los acrídidos, conocidos como langostas o saltamontes se caracterizan por su enorme facilidad para migrar de un lugar a otro, y en determinadas circunstancias reproducirse muy rápidamente, llegando a conformar devastadoras plagas. En condiciones normales, los saltamontes no vuelan demasiado a pesar de disponer de alas. Únicamente, cuando se juntan grandes grupos de ejemplares de la misma especie, liberan las feromonas apropiadas para activar la conducta migratoria y un mayor crecimiento de las alas.
            Desde época medieval, estos ortópteros causaron devastaciones en los campos valencianos. En las primeras décadas del siglo XVIII hallamos varias incidencias de la langosta en distintas comarcas alicantinas, aflorando en Castalla, Elda, Huerta de Alicante, Orihuela, Alcoy, etc., cuyos efectos dañinos no llegaron a alcanzar grandes proporciones. Si bien, durante los años 1755-56, se generó una colosal plaga de langosta que produjo enormes estragos en la mitad inferior de la Península Ibérica, afectando notablemente a las comarcas alicantinas.

            La irrupción de la langosta por las tierras del Vinalopó en 1756.

Las dehesas extremeñas propiciaron la creación de una monumental plaga de langosta en 1755, a consecuencia del gran número de insectos hembras nacidos en el año anterior[2]. La devastadora oleada fue desplazándose en los años 1755-56 atravesando Andalucía, La Mancha y Murcia hacia el este peninsular. A comienzos de julio de 1756, la langosta se introdujo por el corredor de Almansa hacia el valle del Vinalopó, Hoya de Castalla, Condado de Cocentaina, etc. Desde Villena, el embate de la langosta fue extendiéndose hacia Sax, Elda, Petrer, Monóvar, Novelda, Aspe, Monforte, Alicante, Elche[3], etc.
            La insaciable vorágine irrumpió el 9 de julio en Elda, avanzaba a razón de dos leguas diarias aproximadamente, alcanzando el término de Aspe en torno al 14 de julio. Las autoridades comarcales se movilizaron para tratar de mitigar el daño que iba a ocasionar la avidez del ortóptero. El gobernador del corregimiento de Orihuela, coronel Pedro de Narváez, se instaló en Aspe con el fin de realizar un puntual seguimiento de la plaga y dictar las pertinentes providencias para combatirla en su jurisdicción.
El 17 de julio, el obispo de Cartagena -que ostentaba el cargo de presidente del Real Consejo de Castilla- remitió un conjunto de instrucciones a Narváez. Le exhortaba para que los pueblos del corregimiento oriolano delimitasen los lugares donde ovara la langosta, al objeto de destruir el canuto con posterioridad, secundando los preceptos dictados por el Real Consejo de Castilla en 1755, conducentes a la extinción de la langosta. El obispo adjuntó varias copias de la Real Instrucción, con el propósito de que fueran distribuidas entre los justicias de los municipios. La Real Ordenanza recopilaba el método a seguir para combatir al insecto en sus diferentes estados de desarrollo: ovación o canuto, feto o mosquito y adulto o saltadora. Asimismo, el prelado dictaminaba que las autoridades locales concretasen la porción de langosta que cada vecino tenía la obligación de capturar, sin exclusión de clases sociales. Una vez recogida la langosta, sería pesada para recibir una gratificación y enterrada en los lugares señalados por las autoridades, distanciados del núcleo urbano. Los gastos ocasionados en eliminar al ortóptero debían correr a cuenta de las arcas municipales de propios y arbitrios. Si éstas se hallaban exhaustas se realizaría un reparto entre los vecinos en función de su hacienda. También se exigía que los municipios llevasen libros contabilizando la langosta recogida en su término y los desembolsos monetarios ocasionados en atraparla.
Los procedimientos utilizados para combatir la langosta eran rudimentarios y limitados. La Real Instrucción recomendaba la utilización de una especie de cazamariposas denominado bueytrón, aunque se emplearon diversos ingenios para la captura del insecto. A la par, las localidades afectadas recurrieron a implorar la piedad divina realizando multitud de ceremonias religiosas: misas, procesiones, rogativas, conjuros, exorcismos, bendición de los campos, etc. Ritos que estaban presididos por los santos protectores y las distintas advocaciones de la Virgen María. Igualmente se expuso el Santísimo Sacramento en muchos lugares para  implorar la erradicación de la plaga.
No obstante, la devoción que adquirió mayor popularidad en la Península Ibérica para disipar la calamidad de la langosta fue San Gregorio Ostiense. Fallecido en la Rioja en el siglo XI y sepultado en un pueblo de Navarra, el santo patrón alcanzó una enorme notoriedad al haber combatido la plaga en aquellas tierras. La celebridad hizo que se adoptara la costumbre de hacer pasar agua a través de sus reliquias para esparcirla posteriormente por los campos. Desde el siglo XV, muchos fueron los pueblos que enviaron comisionados para conseguir el agua milagrosa del santo. De regreso a sus lugares, se valían del agua de San Gregorio para bendecir los campos y preservarlos del azote del voraz depredador. A este recurso optó Alcoy en 1641, o  Elda y Cocentaina en 1687. En circunstancias excepcionales, se adquirió la costumbre de transportar la cabeza-relicario de San Gregorio a los lugares afectados, como ocurriría en 1756[4].
Tras la incursión de la langosta en las tierras del Vinalopó, el corregidor oriolano remitió una circular fechada 21 de julio a las autoridades de Aspe, Novelda, Monóvar, Elda y Petrer[5], trasmitiendo las órdenes del obispo de Cartagena encaminadas a combatir la langosta. Asimismo, tras la recepción de un informe del presidente de la Junta de Sanidad de Alicante. Narváez emitió un comunicado signado el 25 de julio, indicando a los munícipes de su distrito que la langosta perecida en acequias, fuentes, azarbes, balsas, pozos, y demás infraestructuras hídricas, a la vez que contaminaba el agua, infeccionaba el aire con su putrefacción. Por ello, ordenó a los pueblos de su corregimiento el mayor cuidado y limpieza de estas instalaciones, así como que el insecto recogido en campos y huertas no fuera quemado  sino enterrado, a causa del pestilente olor que desprendía[6]. Una vez dispensadas las instrucciones, Narváez advirtió gran lentitud y omisión del cumplimiento por parte de las autoridades de Aspe. El 28 de julio, acompañado por un alcalde ordinario de la villa, el corregidor inspeccionó personalmente las balsas, fuentes, acequias, etc., situadas en las inmediaciones de Aspe: “… y en todos ha encontrado intolerable inmundicia de langosta corrompida, que por precisión su hedor ha de causar no pocas enfermedades con riesgo de contagiosas, contraviniendo en este particular a la rigurosa providencia comunicada por la Junta de Sanidad…[7].
En consecuencia Narváez ordenó a las autoridades de Aspe:
1º Que la Justicia de la villa proveyese las cuadrillas necesarias para limpiar diariamente las balsas, acequias, fuentes, río y demás conductos descubiertos durante el tránsito de la langosta.
2º Todo el insecto recogido a cuenta del Ayuntamiento se había de enterrar en zanjas hondas.
3º Se nombrasen 12 expertos al frente de sus respectivas cuadrillas, que recorriendo todo el término municipal, demarcaran los lugares y parajes donde hubiese ovado la langosta, para actuar posteriormente bajo los criterios gubernamentales.
4º Por último, que se designasen comisarios para supervisar las operaciones de limpieza diaria, en especial de las aguas. Se encomendaba al Justicia de la villa y a los comisarios la obligación de informar diariamente al corregidor sobre el trabajo practicado por las cuadrillas. En caso de negligencia y abandono, se actuaría contra los responsables con el mayor rigor. Las resoluciones decretadas por Narváez debían insertarse en el libro de Cabildos del Ayuntamiento de Aspe.
Los corregidores alicantinos remitían informes al Duque de Caylús – intendente de Valencia– sobre la evolución de la langosta en sus respectivos distritos. El gobernador de Alicante comunicó a Caylús el procedimiento adoptado en Monforte para combatir al insecto. La captura de langosta resultaba poco efectiva durante el día porque el ortóptero levantaba el vuelo al acometerlo. En cambio, desde la puesta del sol hasta el amanecer la langosta permanecía inmóvil –supuestamente ante el descenso de la temperatura–. Por ello, en el transcurso de la noche e iluminándose los vecinos con antorchas, se observó que la langosta quedaba suspendida por el resplandor y era más fácil atraparla: “… el modo es llevando sacos y con las manos ponerla dentro, y para no estrujarla del todo, con escobas la ahogan hasta llevarla al paraje destinado a pesarla, para la correspondiente satisfacción y pago, y se abren zanjas de seis palmos de profundidad para enterrarla…[8].
Practicando este método, los monfortinos habían capturado en la noche del 23 de julio 111 arrobas de langosta. El 27 de julio, el intendente Caylús ordenó a Narváez que se notificara a los pueblos del corregimiento oriolano el procedimiento seguido en Monforte –integrado en la gobernación de Alicante– para combatir la plaga. De igual modo, el intendente requirió una serie de exigencias a los municipios:
      - Que se anotara la cantidad de langosta capturada en cada pueblo y el precio retribuido por su captura.
      -  El procedimiento seguido para la extinción.
      -  El daño estimativo que había ocasionado en los cultivos.
      -  Las medidas asumidas para la limpieza del agua.
      -  Los lugares en que habían sido soterradas.
Mandatos que fueron notificados el 1 de agosto a los pueblos de la demarcación oriolana[9]. La langosta permaneció activa en las comarcas del Vinalopó a lo largo de tres semanas, comenzando a aminorar sus efectos en los primeros días de agosto. Carecemos de datos que nos permitan conocer el desarrollo puntual de la plaga en Aspe, pero debió evolucionar de modo similar al municipio de Novelda. Los noveldenses comenzaron las labores de extinción de la langosta el día 16 de julio, no cesando en la persecución hasta el 6 de agosto. La retribución económica percibida fue variando en función de las dificultades que ofrecía la captura del vivaz insecto:

CAPTURAS DE LANGOSTA EN NOVELDA EN 1756[10]
FECHAS
ARROBAS
RETRIBUCIÓN
Del 16 al 22 de julio  
    3.693
1 sueldo/@
Del 23 de julio al 1 de agosto
    2.567
1 sueldo/@ hasta el 25/7
1 sueldo, 6 dineros/@
Del 2 a 6 de agosto
       183
2 sueldos/@

En las tres semanas de persecución del ortóptero, la villa de Novelda prendió 6.443 arrobas. Una estimación realizada en Alicante contabilizó 432 langostas en una libra. La arroba estaba fraccionada en 24 libras, por tanto, una arroba suponía alrededor de 10.300 ejemplares[11]. Realizando una estimación numérica de los insectos capturados en Novelda, las 6.443 arrobas supusieron más de 64.000.000 millones de langostas, lo que nos da una idea de la ingente cantidad de ejemplares que conformaron la colosal plaga.
En tierras hispanas, el ciclo vital de la langosta no es homogéneo. La eclosión de los huevos no se produce de modo simultáneo, sino que se realiza gradualmente en función de la temperatura del suelo, mezclándose adultos y ninfas.  A finales de abril los  insectos adultos más precoces comienzan su actividad sexual, e inician el vuelo para comenzar la puesta de huevos en mayo, perdurando hasta el mes de agosto en los ejemplares más tardíos. Las hembras realizan una cavidad cilíndrica en el suelo de 5 a 8 cm. para depositar los huevos y segregan una sustancia espumosa para unirlos que se denomina canuto, después recubre el orificio con la boca permaneciendo los embriones enterrados. A fines de julio comienza la disgregación de las langostas y el debilitamiento de la comunidad pereciendo los insectos con los primeros fríos.
La irrupción de la langosta vino a depositar cientos de millones de huevos en nuestras comarcas. La Real Instrucción prescribía el procedimiento a seguir. Ineludiblemente había que arar los campos, así como en las zonas menos accesibles, era preciso utilizar azadas, palas y barras de hierro para remover la tierra. Esto se complementaba con la introducción de animales domésticos (cerdos, gallinas, pollos, etc.) para que comieran los huevos. El corregidor de Orihuela, que permanecía en Aspe, escribió el 4 de agosto al obispo de Cartagena, indicándole que se hallaba a la espera de recibir órdenes para comenzar la labranza de los campos. A la vez, comentaba los efectos producidos en los cultivos de Aspe: “… y aunque el daño ha sido considerable en árboles, viñas, anises y otras hierbas, se reconoce vuelven con fuerza la mayor parte de los maizes con el riego…[12]El obispo de Cartagena respondió a Narváez, señalando que además de labrar los lugares donde hubiera depositado los huevos la langosta, había que introducir el ganado de cerda para que devoraran los embriones, tal como prevenía la ordenanza[13].

DAÑOS CAUSADOS  EN ASPE  POR LA LANGOSTA EN 1756[14]
EDAD
LABRADOR
TAHÜLLAS VIÑEDO
TAHÚLLAS OLIVAR
TAHÚLLAS ANÍS
TAHÚLLAS BARRILLA
IMPORTE  LIBRAS
TOTAL
60
Joseph Pujalte
50

24

30 + 36
66
34
Antonio Mira
30
8


7 + 25
32
48
Joseph Alenda
10



5
 5
34
Miguel Pujalte
20



36
36
25
Tomás Cerdán
11
    20 oli.


3 + 3
  6
56
Juan Alcaraz
      2 ½
    14 oli.


4 + 3
 7
38
Juan A. Cremades
20



30
30
30
Alonso Hernández
16
   23 Hig


12 + 3
15
41
Cayetano Castelló
19



20
20
24
Joseph Cremades
10

3 sembradas

11 + 10
21
50
Pablo Sánchez
31



21
21
50
Joseph Aracil
13



6
       6
40
Manuel Martínez
 7

30

7 + 33
40
60
Joseph Almodóvar
 8


6
6 + 6
12
31
Francisco Cerdán
18



30
30
42
Francisco Sánchez
26



40
40
44
Juan Sánchez
17



42
42
33
Manuel Sánchez
40



80
80
52
Joseph Gumiel
15



20
20
52
Joseph Vidal
26

15
10
40+36+16
92
50
Antonio Martínez
14

50

2,5 + 36
  38,5
55
Joseph Martínez
15

30

12 + 25
37
66
Jaime Cerdán
24
1 Tah hig


40 + 4
44
67
Carlos Botella
38

5

30 + 16
46
59
Francisco Irles
24
7 Tah hig
24

24+11+7
42
37
Francisco Sepulcre
 8



15
15
            TOTAL
 843.5






















































Tras el arado y cavado de las tierras ovadas por la langosta, salieron a la luz enormes cantidades de canuto. La Real Instrucción disponía la obligación de recolectar el canuto y destruirlo. En Novelda, el Cabildo decretó el 28 de agosto la obligación vecinal de recoger 600 barchillas de canuto de langosta, repartidas entre los vecinos según sus haciendas, debiendo ser conducidas al porche del Ayuntamiento. Una vez acopiados los canutos, el 21 de septiembre fueron transportados a la rambla del río Vinalopó, enterrados en una zanja que fue recubierta de agua, manteniéndose el agua varios días, hasta que éstos quedaron deshechos[15].
La Corona quiso conocer el alcance de los estragos ocasionados por la voracidad del ortóptero. El  monarca Fernando VI emitió una cédula real el 10 de agosto de 1756, ordenando la confección de listados en lo que se registrasen los daños de mayor cuantía producidos por la plaga. Siguiendo el conducto administrativo, el intendente valenciano ordenó a los corregidores del reino de Valencia la ejecución de diligencias para tomar declaraciones. El procedimiento seguido fue emitir bandos en los pueblos, comunicando a los vecinos  que a partir del tercer día de emisión del pregón, acudiesen a sus cabezas de partido para declarar los perjuicios sufridos. La villa de Aspe proclamó el bando el 19 de septiembre, acudiendo 26 vecinos a Orihuela. Se les tomó declaración los días 22 y 23 de septiembre. Los labradores manifestaron daños en  viñedos, higueras, olivares, anises y  barrilla. La cosecha de cereales pudo resguardarse al haber realizado las tareas de la siega y la trilla con antelación a la llegada del ortóptero.

            Los daños declarados por los vecinos de Aspe ascendieron a la suma de 843,5 libras. Sin duda los estragos en Aspe fueron más elevados, ya que no se reflejan los perjuicios ocasionados en el maíz, las hortalizas, etc., ni los menoscabos de pequeña cuantía producidos en todas las cosechas. En fechas inmediatas a la plaga, el letrado Francisco Javier Mira redactó unas curiosas anotaciones de la incursión de la langosta en Aspe publicadas por Salvador Pavía[16]: “Entró la langosta en esta villa el día 14 de julio del año 1757 (sic), y comió y devoró algunos bancales de panizo y otras hortalizas, y en el año antecedente, también por el mismo tiempo hizo mucho mal…” Probablemente, el abogado Mira confundió el año de irrupción de la langosta, que fue en 1756. En los siguientes años, la acción del insecto fue consecuencia del nacimiento de los huevos depositados en los parajes de Aspe durante los años 1756 y 1757.
            Ante la excepcional dimensión que alcanzó la plaga de langosta en 1756, el rey Fernando VI adoptó la decisión de proteger los campos afectados con la reliquia de San Gregorio. Una Real Provisión de 14 de octubre de 1756 decretaba que la cabeza-reliquia de San Gregorio peregrinase portada por 4 cofrades, recorriendo los lugares que habían padecido el infortunio. La finalidad era realizar los pertinentes conjuros protectores con su agua bendita. Se inició el recorrido por Teruel, prosiguiendo por Valencia, Alicante, Murcia, Granada, Málaga, Córdoba, Sevilla, Extremadura y La Mancha, en un periplo que se prolongó durante cuatro meses. Llegó la comitiva a tierras alicantinas a finales de noviembre. Desde Villena siguió su tránsito hacia Elda, Monforte, alcanzado la ciudad de Alicante el 13 de diciembre. Muchos pueblos enviaron emisarios al paso del séquito que portaba la cabeza de San Gregorio, los comisionados podían obtener el preciado líquido bendecido aportando una limosna. El fluido se filtraba a través de un orificio practicado en la calavera-reliquia del santo. Obtenida el agua milagrosa, los delegados retornaban a sus respectivas localidades, para que el agua fuera esparcida por los campos conjurando unas oraciones[17]. Sin duda, los delegados de Aspe acudieron a la localidad de Monforte, donde la comitiva portadora de la reliquia hizo escala, aprovisionándose de la correspondiente ración de agua bendita para salvaguardar los campos.
           
            El rebrote de la langosta en 1757

Mediando el mes de febrero, el intendente de Valencia decidió emitir un recordatorio dirigido a todos los pueblos que habían padecido los estragos del insecto en 1756. La intendencia había advertido cierta dejadez en la destrucción de los huevos de langosta. En consecuencia les notificaba que era preceptivo arar y remover la tierra para extraer el canuto de las zonas ovadas. La inminente llegada de las cálidas temperaturas primaverales, iba a provocar el nacimiento de innumerables langostas.
Pese a las intensas y laboriosas tareas de recolección y eliminación del canuto, multitud de huevos quedaron depositados en zonas incultas y laderas de los montes. A mediados de marzo y comienzos de abril del año 1757, comenzaron a eclosionar los huevos en infinidad de lugares, coincidiendo con las lluvias y el calentamiento del suelo. Nuevamente, los municipios destinaron  gavillas de hombres para combatir el mosquito de  langosta  – que era como se denominaba a las crías incapaces de volar –. Desde el 22 de marzo hasta el 4 de mayo de 1757, el Consistorio noveldense  estuvo abonando los salarios de varias cuadrillas de jornaleros y labradores atareados en la persecución del mosquito y de los huevos del ortóptero. Medidas que tendrían una aplicación similar en Aspe.
La incidencia de la langosta fue considerablemente menor que en el año 1756, pero volvió a ocasionar menoscabos en los cultivos. Tal vez la reactivación de la langosta produjo la intrusión de muchos insectos en el lecho del río Tarafa, provocando la contaminación de las aguas potables de Aspe. Lo cierto es que el municipio tenía habilitada una cañería que conducía aguas dulces desde el Rafa del Fauquí –situada en el Hondo de las Fuentes– hasta la Plaza Mayor. Quizá las aguas quedaron infectadas en la cabecera de la presa por descuido en la limpieza de los insectos muertos. La cuestión es que la epidemia se inició  en los meses de julio-agosto prologándose hasta el mes de noviembre. La afección suscitó un gran episodio de calenturas, afligiendo a ¼ parte de la población de Aspe.

Las súplicas del Consistorio aspense a la Corona en 1758.

            De nuevo se vivificó la langosta en Aspe en la primavera de 1758, a consecuencia de las puestas del año anterior, adicionada con la esterilidad  que estaban  sufriendo los campos por la ausencia de lluvias. El agotamiento físico y económico que padecía la villa, hizo que el Cabildo aspense instara una petición al soberano Fernando VI, fechada el 5 de abril de 1758, implorando la dispensa de los impuestos estatales de 1757 y 1758, tras el compendio de calamidades que la villa experimentaba. El suplicatorio exponía al monarca:
“La villa de Aspe, del Reino de Valencia puesta a los pies de Vuestra Majestad, con la más humilde y profunda veneración que debe, suplicando expone: Que hallándose constituido este pueblo y sus naturales en la más suma miseria dimanada de la epidemia de langosta que en los dos años pasados se introdujo en este territorio, que dejó arruinado los principales frutos de que pende la precisa manutención, después de tantas fatigas que han experimentado y experimentan estos vecinos en las padecidas enfermedades de que Vuestra Majestad se halla entendido, y efectos todos de los afanes que padecieron para extinguir tan nociva semilla, ocurre al presente que cuando se esperanzaba ver aliviado tanto conflicto con la sementera del otoño pasado, la falta de lluvias que en todo él se está experimentando, ha dejado áridos y secos totalmente los sembrados, de manera que no se espera cosecha alguna de granos, siendo como es el único remedio para subsistencia de este pueblo, añadiéndose a este sensible quebranto el haberse avivado otra vez en este término y sus comarcanos la mencionada epidemia de langosta, sin embargo de haberse aplicado para su absoluta extinción, los más eficaces remedios desde el mismo día que se dejó ver en esta villa, de cuya verdad mandará Vuestra Majestad informar, y siendo así que estos melancólicos contratiempos hayan reducidos sus vecinos a las mayores miserias y estrecheces, de modo que el se hallaba más desahogado padeció el mismo conflicto.
Estimulada la suplicante del superior dolor que le causa tan continuada calamidad y la obligación en que se halla constituida, le ha parecido conveniente el ponerlo en consideración de Vuestra Majestad, para que dignándose hacer mérito de tan lamentables infortunios, condonar a estos vecinos las reales contribuciones, no sólo del año antecedente, sino del actual, para que con este desahogo puedan acudir al cultivo de sus haciendas, y demás necesidades que están padeciendo, todo lo cual confía la suplicante del heroico y piadoso celo de Vuestra Majestad, por cuya vida ruego a Dios nuestro señor le guarde los dilatados años que su afecto desea y esta monarquía ha menester. Aspe y Abril 5 de 1758. M. P. S. a los pies de Vuestra Majestad, sus más humildes y fieles criados Jaime Cerdán, Regidor, Joseph Martínez, Joseph Cerdán, Alcalde Pedro Sánchez, Bernardo Cerdán Síndico [18].
Tras el acuse de recibo del suplicatorio en la Corte, la Corona requirió la comprobación de los argumentos formulados por el municipio. El  Consejo de Castilla ordenó al intendente de Valencia Joseph de Avilés, que verificase los asertos formulados en el rogatorio. El 18 de abril, el intendente de Valencia trasmitió la petición al corregidor oriolano Pedro de Narváez. Éste debía encomendar la tarea a sujetos de pericia que no fueran vecinos de Aspe. Narváez despachó carta al Concejo de Novelda fechada el 22 de abril. En la misiva facultaba al alcalde Pedro Astor, para que con la mayor premura, valiéndose de testigos y guardando el mayor sigilo a fin de que no trascendiera a la vecindad de Aspe, cumplimentase un cuestionario que le había remitido. Las pesquisas debían esclarecer los daños y miserias generados por la langosta en la villa. Las preguntas formuladas fueron las siguientes:
1º Si es cierto que los vecinos de la villa de Aspe se hallan constituidos en suma miseria, y si esta dimana de la epidemia de langosta que en los antecedentes años de 56 y 57 se introdujo en el término de la villa de Aspe.
2º Si es cierto que dicha langosta arruinó y deterioró los principales frutos de que pende la manutención de aquellos vecinos, especificando cuales frutos son estos, y el importe que valdrían los que dicen se han perdido y arruinado con dichos dos años, por razón de la referida epidemia de langosta, poco más o menos.
3º Sobre si es cierto que los trabajos continuos que hicieron los vecinos de la villa de Aspe para extinguir la plaga de langosta, les resultó una grave y general epidemia de enfermedades, que más le ha constituido en miseria.
4º Sobre si es cierto que por la falta de lluvias en el presente año se hallan aquellos en el conflicto de que la sementera que esperaban algún alivio en este año, se experimenta estar los sembrados áridos y totalmente secos, de forma que no se espera el que puedan coger cosecha alguna de granos, y que si ésta es el único remedio para la subsistencia de los vecinos de dicha villa de Aspe.
5º Sobre si es cierto que en el término de dicha villa y sus comarcanos se ha avivado la epidemia de la langosta, la que continúa no obstante de hacerse sus diligencias para la extinción.
Los munícipes de Novelda respondieron con gran celeridad a Narváez. La declaración signada el 24 de abril, corroboraba las aserciones contenidas en el suplicatorio enviado por Aspe a la Corte. Éstos manifestaron al corregidor oriolano[19]:
1º Que los vecinos de Aspe se hallaban sumidos en la mayor miseria por las calamidades sufridas en los años anteriores. A excepción del trigo y la cebada, la langosta ocasionó importantes quebrantos en los restantes cultivos. A su vez, provocó la pérdida de muchos jornales por impedir las labores en muchas tierras, y causó elevados gastos en matarla. El informante aseveraba: “…En el segundo año consta al declarante padecieron igual o más calamidad a causa de que ovó y avivó la langosta en muchas partidas de dicho término que también les consumió las rentas…”
2º Las principales cosechas de la villa eran vino, trigo, anises, cominos, panizos y hortalizas. De las que derivaban buena parte de la manutención de la población. Los peritos no alcanzaban a cuantificar monetariamente el daño causado por el ortóptero en estos cultivos.
 3º Confirmaron que los vecinos de Aspe y de la comarca padecieron enormes fatigas y excesivos gastos en la persecución de la plaga. Los aspenses atribuían la epidemia de fiebres a los afanosos trabajos realizados para destruir al insecto y en la miseria sobrevenida, aserto que no podían corroborar los informantes por no ser de su competencia profesional.
4º Certificaron la esterilidad que padecían los cultivos en la comarca a causa de la carencia de lluvias. Los comisionados habían practicado una inspección ocular y verificado la escasa rentabilidad de la simientes sembradas en otoño. En 1758 no se llegaría a recoger ¼ del grano utilizado en el plantío. Los cereales  y el vino eran las dos principales cosechas de la villa.
5º Que era verídico que se había vivificado la langosta nuevamente en el término de Aspe.
No conocemos la resolución que adoptó el rey Fernando VI. Puede que el monarca eximiera al municipio de algún porcentaje de los impuestos, pero no de la totalidad. Si bien, en 1762 la villa se hallaba retrasada en el pago de los tributos estatales.
 El corregidor oriolano continuó transmitiendo directrices para combatir la langosta. El 21 de abril de 1758 ordenaba a los justicias de los pueblos la obligatoriedad de extinguir el  mosquito de langosta en sus términos. El renuevo de langosta tuvo poca consideración, combatido una vez más con cuadrillas de jornaleros aplicados a su extinción[20].
Un nuevo brote de langosta –de proporciones reducidas– surgió en la gobernación de Orihuela en 1782. El corregidor oriolano Pedro Buonafede remitió una circular fechada el 14 de junio a su circunscripción. Comunicaba que la langosta había comenzado a causar perjuicios en Orihuela y algunos lugares contiguos, ordenando a los justicias que se aplicaran a su exterminio, así como en los lugares que no se hubiera avistado, se realizaran frecuentes reconocimientos para procurar su extinción[21].
Afortunadamente, la plaga de langosta ha dejado de ser una amenaza en nuestros campos y forma parte de las adversidades pretéritas que arduamente combatieron nuestros predecesores. No obstante, sigue activa en muchas regiones del planeta ocasionando graves problemas en las cosechas.


                                                                              Gonzalo Martínez Español
NOTAS



[1] MARTÍNEZ ESPAÑOL, Gonzalo (1998):” La epidemia de 1757”. La Serranica  nº 43 pp. 70-73.
[2] ALBEROLA ROMÁ, Armando (2003): “Procesiones, rogativas, conjuros y exorcismos: el campo valenciano ante la plaga de langosta de 1756”. Revista de Historia Moderna nº 21. Universidad de Alicante.
[3] RAMOS VIDAL, Juan Antonio (1982): “La epidemia de Langosta de 1756 en la comarca del Vinalopó y Alicante” Alborada nº 28, Elda.
[4] ALBEROLA ROMÁ, Armando, Opus. Cit.
[5] Archivo Municipal de Orihuela. Legajo D-1076, doc. 6.
[6] Ídem doc. 10.
[7] Ídem doc. 3.
[8] Ídem doc. 4.
[9] Ídem doc. 11.
[10] Archivo Municipal de Novelda. Hacienda Varia, cuentas diversas 1756.
[11] RAMOS VIDAL, Juan Antonio, Opus Cit.
[12] Archivo Municipal de Orihuela. Legajo D-1076, doc. 13.
[13] Ídem doc. 7
[14] A.M.O., Legajo D-1076, doc. 33.
[15] Archivo Municipal de Novelda. Hacienda Varia, cuentas diversas 1756.
[16] PAVÍA PAVÍA, Salvador (2002): “Un Ex libris de 1757”. La Serranica nº 45, pp. 86-90.
[17] ALBEROLA ROMÁ, Armando, Opus. Cit.
[18]  A.M.O.  legajo D-1076  doc. 23  nº 1 y 2.
[19] Archivo Municipal de Novelda. Hacienda Varia, cuentas diversas 1758.
[20] A.M.O. legajo D-1076, doc. 30.
[21] Ídem doc. 31.





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